miércoles, 2 de marzo de 2016

Retropost #689 (7 de enero de 2006): La Terminal



Es la película de Steven Spielberg, Tom Hanks, Sacha Gervasi, Andrew Niccol et al. (Dreamworks, 2004). Podría también llamarse El Castillo, o Bartleby, o Esperando a Godot, porque algo tiene de todo ésto, más un ingrediente de comedia romántica (frustrada al final) y pequeñas historias de cada personaje sumadas a la central. Que es la historia de Viktor Navorksi (Tom Hanks), un turista que se encuentra atrapado administrativamente en la terminal de un aeropuerto neoyorkino sin poder volver a su país en guerra ni obtener un visado para entrar a los USA. 


Navorski se lo toma con paciencia, espera meses en la Tierra de Nadie, en el espacio que no es ningún sitio, haciendo amistades, encontrando maneras de sobrevivir sin recursos, y evitando caer en las trampas administrativas que le tiende el malvado jefe de seguridad del aeropuerto, que quiere pasárselo a la policía para quitárselo de encima. Ante todo, planta batalla a la "irracionalidad de la racionalidad", según frase de George Ritzer en La MacDonaldización de la sociedad, pues es ésa la ley que impera en el aeropuerto. Acaba Navorski querido por todos, y hasta liga con una bonita azafata (Catherine Zeta-Jones), pero ésta está que se cuela por la pata pabajo por un piloto que nunca abandonará a su esposa, así que vive también en la espera, en un eterno triángulo vicioso.


Navorski espera las llegadas de Z-Jones con tanta ilusión como el visado que al final lo mande a alguna parte; el aeropuerto se organiza cuando viene Z como una geografía erótica que le permita seducirla, y lo consigue... por un rato. Luego cada cual sigue su camino; termina la guerra y Navorski vuelve a su país tras una breve visita a Nueva York (su misión original era conseguir la última firma de uno de los grandes del jazz que le faltaba en la colección de su padre - motor vital gratuito donde los haya). Luego se va, o vuelve, no sabemos a qué, a Krakozhnia o al cielo, pero habiendo logrado si no el amor, sí la dignidad humana y el cariño de todos los que le rodean en su pequeño Gulag. Ella en cambio se queda de azafata en tierra; Zetajones está hasta los, hasta allí, de su piloto, pero elige seguir en su espera imposible y sin sentido... pero qué joder, the fucking sex was so great. La estructura de comedia romántica se utiliza hábilmente, para frustrarla y dar a la pelicula un toque escéptico y desengañado dentro de todo el optimismo sentimental a la Spielberg... porque, desde luego, en mi terminal nadie se interesa tanto por nadie como la gente lo hace aquí por Navorski, o él por los demás.

Es pues una película sobre la espera y la esperanza ("Life is waiting"), sobre el sentido de la vida, sobre el poder de la individualidad y las relaciones personales frente a la burocracia deshumanizada. La terminal es, claro, una terminal, con todo detalle, pero también es una alegoría de la vida como lugar de paso. Quizá de paso hacia ninguna parte (no existe "Krakozhnia"), pero un lugar en el que hay que habitar, improvisar o ir tirando con lo que hay, y humanizarlo, frente a todas las presiones para que seamos sólo números de serie que circulen rápidamente sin obstaculizar el sistema. Una terminal es así el lugar postmoderno por excelencia, el lugar donde el capitalismo ya ha logrado su máxima expansión, y donde tras la parafernalia de letreros, superficies reflectantes y franquicias, hay un estricto control de seguridad que no es amable con los casos individuales. En una escena crucial, el jefe de seguridad negaba el paso a un inmigrante con medicinas cruciales para tratar urgentemente a su padre; Navorksi salva la situación diciendo que había un error de traducción, y que la medicina era para una cabra (con lo cual ya no se le aplicaba la legislación obstructiva). Así se tuerce la ley para atender al caso individual, algo que el jefe de seguridad no está nunca dispuesto a hacer. Es un judío estilo Shylock, que se atiene a la letra de la ley, y a sus intereses, sin importarle el coste para los demás. Por suerte, sus empleados se van volviendo contra él, y al fin su jefe de policía, negro, se hace deliberadamente el ciego para ayudar a Navorski (los negros, los inmigrantes, y los que van haciendo un poco de slalom con el sistema son los buenos de la película).



Aéroports life 10

La terminal ofrece un modelo de sociedad macdonaldizada en fase terminal, nunca mejor dicho, pues su finalidad es procesar ("El Proceso") al personal rápidamente, que entren y salgan a la mayor velocidad posible, dando el menor número de problemas individuales, todos bien provistos de los impresos necesarios, y comprando lo más posible mientras pasan a toda velocidad y se pierden tras las puertas; sonrisa y patada en el culo. Como le dice el jefe de policía a Navorski al abandonarlo a su suerte en la tierra de nadie de la terminal, cuando éste le pregunta qué puede hacer, "sólo hay una cosa que pueda hacer aquí, señor Navorski: COMPRE." Frente a este consumismo frenético y alienante, Navorski luce recursos únicos, viejas tradiciones, habilidad manual, inventiva. Todo a la vez que parece un poco chiflado o subnormal por su manejo creativo del inglés, por ejemplo, hablando con Z-Jones, "he cheats", me engaña, se convierte para él en "eat shit". Todos sus recursos no le servirán, sin embargo, para conservar a Z. Aunque la consigue seducir, el interés erótico de ella por él es nulo. Navorksi le acaricia el alma, pero ella desea las caricias de otra persona, y un poco de castigo también. Así cada cual hace lo que le pide su cuerpo mientras dura la espera.

Hay otras frases memorables, y que traen ecos.... Z se queja a Navorksi, diciendo, contra toda evidencia aparente "I am 39!"... "Oh", dice Navorksi, (¡imposible!)- "I was 39 once"... Sólo le falta decir, "tranquila, ya se te pasará".... aunque la frase me recuerda también a aquella de Twelfth Night, "I was adored once"... Adorar no es suficiente, sin embargo, hace falta querer ser adorada. La película está cuidadísima, llena de detalles significativos o absurdos. Como la oficial de pasaportes puertorriqueña, trekkie ella, y simpática, pero inflexible con su matasellos: así es como funciona América. O, por otro lado, la historia Gupta, el viejo barrendero, inmigrante indio, que tras su aparición arisca acaba siendo encantador y saca también su corazoncito de oro.... Y se arriesga, pues tiene posibles problemas con la policía, y podría acabar en la cárcel por ayudar a Navorski. Gupta parece al principio un paranoico creyendo que Navorski es de la CIA y está espiándoles a él y a sus compañeros de póker... pero al final resulta que sus peores sospechas sobre la vigilancia están justificadas, aunque era el jefe de seguridad quien lo vigilaba y guardaba los trapos sucios de los empleados como un as en la manga, para utilizarlos en caso de que le fuera útil. Burócrata perfecto, el jefe de seguridad, está detrás de las cámaras de vigilancia omnipresentes, dirigiendo el aeropuerto al estilo de El Show de Truman, pero en la realidad nuestra, que es un show de Truman; son un toque metacinematográfico, esas pantallas dentro de pantallas, algo muy al gusto de Spielberg desde siempre, y aquí convertido en un arte metaficcional tan refinado que esconde el arte de la metaficción, si tal cosa es posible.


La realidad postmoderna de la terminal nos ofrece de hecho la vida como experiencia ya always already metaficcional: hay un desfase entre lo que el Sistema dice que somos, y lo que somos, vistos por otra cámara. La racionalidad terminal ya es aquí el trasfondo móvil, la materia bruta, la selva primitiva donde hay que inventar, cada día, en plan bricolaje —utilizando restos, rendijas, sobras, ratos perdidos— una segunda civilización, nuevas maneras de mantenerse, o hacerse, humano.  Y, como en la canción de Tim Rice, "any dream will do", una vez ha desaparecido nuestra Krakozhnia natal y nos encontramos perdidos en esta terminal.




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