domingo, 31 de enero de 2016

Retropost #591 (8 de noviembre de 2005): Ever fixèd mark


En la traducción procuro conservar algunas dimensiones del soneto 116 de Shakespeare:


Let me not to the marriage of true minds
Admit impediments; love is not love
Which alters when it alteration finds,
Or bends with the remover to remove.
O no, it is an ever-fixèd mark
That looks on tempests and is never shaken;
It is the star to every wand’ring bark,
Whose worth’s unknown, although his height be taken.
Love’s not Time’s fool, though rosy lips and cheeks
Within his bending sickle’s compass come;
Love alters not with his brief hours and weeks,
But bears it out even to the edge of doom.
If this be error and upon me proved,
I never writ, nor no man ever loved.


Al maridaje de espíritus verdaderos no
Admita yo obstáculos. No es amor el amor
Que cambia cuando encuentra cambio
O se inclina a quitar con el que quita.
Oh, no: es una marca fija para siempre
Que mira a la tempestad y nunca tiembla,
Es la alta estrella para toda barca errante;
Mides su altura, su valor lo ignoras.
El amor no sirve al Tiempo; si mejillas y labios rosas
Caen bajo el círculo de su hoz torcida,
Amor no alteran meses breves y horas,
Sino que puja hasta el fin del Juicio.
Si esto es error, y me queda probado,
Nunca he escrito, y ningún hombre amado.


He intentado mantener la sugerencia específicamente masculina-homoerótica en el "maridaje de espíritus verdaderos" y en la ambigüedad del verso final, que debería poderse entender a la vez como "ni ningún hombre ha amado jamás" y como "ni yo he amado jamás a ningún hombre" – aunque en la traducción se conserva mejor la ambigüedad si oímos leer el poema. No he conservado la asociación entre "bends" (v. 4) y "bending sickle" (v. 10), aunque el movimiento de "inclinarse" sí evoca los gestos del Tiempo/Muerte como segador.

De entre las imágenes que utiliza Shakespeare para ilustrar este amor casi sobrehumano destaca la de la barca y el faro enmedio del soneto. La señal para barcos, fácilmente asimilable a un faro en la mente del lector, se convierte en una estrella, alcanza un valor eterno muy lejos del "cambio" denunciado en el primer cuarteto. Ahí he conservado la ambigüedad de referente de "whose" y "his"– que pueden referirse a la estrella y a la barca. En el primer caso, el verso significaría algo así como "puedes medir con instrumentos la posición de una estrella, pero sólo con eso no conoces el influjo astrológico que pueda tener sobre tí"; referido a la barca, significa "puedes despreciar a la barca por su tamaño, pero no sabes qué tal navega, qué tal se comporta en el mar" – (seaworthiness). En otros sonetos el poeta se compara a sí mismo a un barco poco impresionante comparativamente – así "my saucy bark (inferior far to his)" del s. 80 – , pero que se atreve a competir con grandes navíos en el mar – como los ingleses contra los españoles de la Gran Armada. Aquí el poeta se deja guiar por ese faro o estrella que no es tanto el amado como el amor. También encontramos, quizá, implícita, una oposición entre "valía aparente" (social, o retórica) y "valía auténtica" (intrínseca, no en boca de la gente) – quizá oímos aquí al poeta de clase media enfrentado al aristócrata, y al autor que sabe que su público es el futuro frente al autor de moda.

El círculo de la hoz torcida es también el círculo de la esfera del reloj, por asociación con otros sonetos: "Time’s fickle glass his sickle hour" (nº 126): "la hora, hoz del veleidoso cristal del tiempo". "Fickle" y "sickle", gráficamente próximos, también están asociados implícitamente en el soneto 116; la hoz del tiempo puede volvernos inconstantes y veleidosos en el amor. Es decir, si no estamos atentos a ese alto ideal, esa "ever fixèd mark".

Y veamos, por último, esa "ever fixèd mark", ese aviso a navegantes, esa estrella. En el contexto de los sonetos hay pocas cosas que permanezcan fijas "to the crack of doom". El amor del poeta, sí. Los ideales platónicos. Y la escritura, claro, que guarda la belleza presente para el futuro. El último verso del soneto asocia amar y escribir, y también el fracaso en el amor y el fracaso en la escritura. La escritura es una marca fija para siempre, testigo inmutable de lo que fue y por tanto sigue siendo en cierto modo, inscrito en la eternidad. (¿En dónde está esa eternidad? En ningún sitio, claro. Sólo en el espacio del poema. Tanto mayor el poder creador del poeta, creador de eternidad). La escritura, el amor inscrito, nos propone un modelo para imitar y ajustarnos a él.

Pero la escritura también tiene algo funerario y contraproducente – negra tinta. Los libros tienen algo de siniestro e inhumano, con sus palabras calladas, sus pensamientos y sentimientos de muertos guardados en conserva. Nuestra muerte está inscrita, por contraste, en la permanencia misma de la literatura. Una empresa fúnebre, la escritura, que desborda las limitaciones de nuestra vida. Quizá de ahí la vacilación final del poeta, en el corazón mismo de su última puja: quizá yo no haya amado a fin de cuentas, quizá yo no vaya a estar a la altura de ese ideal que ahora queda escrito en este soneto, quizá por tanto la escritura es escritura, pero no es mía, es de ella misma, se mantiene sola: cae el autor y el poema sigue su curso, falla el hombre aunque el Poeta sigue amando. Siempre fija en el poema la marca de su amor, y siempre inscrita también su duda, y la consciencia de que la poesía, como todo lo que queda escrito, nos pone un listón muy alto.



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