sábado, 30 de enero de 2016

Retropost #588 (6 de noviembre de 2005): Cleopatra según como se mire



Desenterrando mis notas de cuando era joven e inexperto, me releo (y traduzco aquí) una de las primeras cosas que escribí sobre Shakespeare, sin tener la menor idea de que en el futuro me dedicaría a enseñar Shakespeare en la universidad. Va sobre Antonio y Cleopatra, una obra que muestra entre otras cosas que personas mayores y muy expertas a veces también son capaces de comportarse como jóvenes inexpertos y llevarse una sorpresa:

Esperaba que esta obra fuese, ante todo, una tragedia de amor, pero me encontré en lugar de eso un drama histórico. Hay demasiado Pompeyo (junior), Octavio y Lépido, y demasiada poca Cleopatra. Shakespeare pensó este drama como una continuación de Julio César. Aquella obra terminaba con la derrota final de los asesinos de César a manos de los triumviros Octavio, Antonio y Lépido. En Antonio y Cleopatra contemplamos el enfrentamiento gradual entre Antonio y Octavio; sólo uno de los dos puede emerger de él ostentando el poder absoluto, y será Octavio. Es interesante comparar el final de ambas obras: en Julio César, las palabras se refieren a Bruto, en Antonio y Cleopatra a Cleopatra:

De modo adecuado a su virtud tratémosle,
con todo respeto y ritos fúnebres.
En mi tienda sus restos reposarán esta noche,
Como los de un gran soldado, honorablemente dispuestos.
Sonad, pues, el final de la batalla, y vámonos,
A despedirnos de las glorias de este día feliz. (Julio César, V,iv)

Será enterrada al lado de su Antonio (...)
ha sido la historia de ellos
no menos triste que grande fue la gloria de él,
que les llevó a ser lamentados. Nuestro ejército,
con desfile solemne, acompañará este funeral. (Antonio y Cleopatra, V, ii)

En ambos casos es Octavio quien habla. Las dos obras pueden verse como el trayecto inevitable hacia la concentración del poder en las manos de una sola persona, y los efectos que un destino tal tiene en las personas que en él se ven atrapadas (César, Antonio, Octavio) o en las que intentan evitarlo (Bruto, Casio, Casca). Bruto quería a César, pero sin embargo lo mató, intentando oponerse al curso de la Historia. Antonio y Octavio eran amigos, pero era inevitable que uno de ellos matase al otro. En palabras de Agripa,

Y es extraño,
que la Naturaleza nos obligue a lamentar
Aquellas acciones en las que más hemos perseverado. (Antonio y Cleopatra V,i)

Y así la Historia. Pero, claro, el interés principal de la obra está en Antonio y en Cleopatra, igual que en Julio César estaba en la tragedia de Bruto, y no en los acontecimientos históricos. Acusan a Antonio de ser un juguete en manos de Cleopatra: para los otros romanos es "el adúltero Antonio", que "se ha vuelto el fuelle y abanico / que refresca la lujuria de una gitana" (Antonio y Cleopatra, I,i). Pero Cleopatra ve (o al menos hace que Antonio vea) las cosas de una manera muy diferente:

La eternidad estaba en nuestros labios y nuestros ojos,
El éxtasis de gozo en nuestras frentes vueltas una a otra, y no había parte de nosotros tan pobre
Que no fuese de la raza del cielo.
(Antonio y Cleopatra, I,iii)

Y Shakespeare dibuja a Cleopatra de modo tal que ambas versiones de los hechos podrían ser ciertas; de hecho, ambas lo son, porque el valor que tienen los hechos para nosotros está en nuestras interpretaciones de ellos. Cleopatra traiciona a Antonio y a veces lo manipula ("Si lo encontráis triste, / decid que estoy bailando; si de buen humor, comunicadle / que he caído enferma de repente" – I,iii), pero no se burla de él; es sólo que no puede evitar ser así. A veces Shakespeare parece burlarse de las limitaciones del punto de vista subjetivo de los seres humanos. Por ejemplo, en la última escena, Cleopatra está preparando su suicidio y, por tanto, está de un humor trágico. Pero la persona que le trae los áspides que han de morderle es un payaso, y el humor de él está completamente desacompasado con el de Cleopatra: ella intenta despacharlo rápidamente para volver a sus "ansias inmortales". El problema es que el lector o espectador también comparte el humor de Cleopatra, y el payaso casi estropea toda la tragedia.


Hasta aquí lo que escribía en ¿1981? – Ya había leído Julio César unos años antes; tenía en el instituto un profesor de inglés muy entusiasta que nos hizo leer en el original a Swift, Jane Austen, Goldsmith... y hasta Shakespeare. Me costó lo mío, pero me fue muy bien. En mis colegas, me temo, el efecto fue contraproducente. Todo según se mire.





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