jueves, 28 de enero de 2016

Retropost #576 (31 de octubre de 2005): Soneto, espejo, reloj, bloc y libro



Hoy he ido a mi clase de Shakespeare y los alumnos habían desaparecido, de puenting, o aplicándose el carpe diem por la vía rápida. Pues este es uno de los sonetos que no han comentado, y que se quedará esperando a otros lectores.

Sonnet 77

Thy glass will show thee how thy beauties wear,
Thy dial how thy precious minutes waste,
The vacant leaves thy mind’s imprint will bear,
And of this book, this learning mayst thou taste:
The wrinkles which thy glass doth truly show
Of mouthèd graves will give thee memory;
Thou by thy dial’s shady stealth mayst know
Time’s thievish progress to eternity;
Look what thy memory cannot contain
Commit to these waste blanks, and thou shalt find
Those children nursed, delivered from thy brain,
To take a new acquaintance of thy mind.
These offices, so oft as thou wilt look,
Shall profit thee, and much enrich thy book.

A ver si me marco una traducción literal:

Soneto, espejo, reloj, blog y libro
Te mostrará el espejo cómo le va a tu hermosura
Tu reloj esos momentos que se echan a perder,
Las hojas llenarás con huellas de tu mente,
Y podrás probar, de este libro, este saber.
Las arrugas que tu espejo te muestra sin mentira
De tumbas como bocas memoria te traerán.
La sombra que callada se mueve por la esfera,
Cómo te hurta el tiempo que va a la eternidad.
Mira, lo que tu memoria no pueda contener
Si a esos vacíos blancos lo dieras hallarás
Los hijos que soltaste, ya criados;
Viéndolos ante tí te vas a conocer.
Estas labores te dan provecho, cada vez que miras,
Y enriquecen el libro de tu vida.


Shakespeare era un poeta metafísico, claro - "conceptista", que se dice en Filología Hispánica. Y construye este poema sobre una cuádruple analogía entre un espejo, un reloj, un cuaderno vacío y un libro. Hay críticos que dicen que el soneto acompañaba a un regalo o regalos que hacía el poeta a su amigo: por ejemplo, un libro de poemas, o una libreta, o las dos cosas, o las dos y un reloj quizá, o también un espejo para hacer más méritos. Aunque se trasluce más bien, quizá, que el muchacho ya tiene un espejo, y lo usa con cierta frecuencia. El poema es una llamada a la responsabilidad existencial, a través de la meditación, el conocimiento de uno mismo, la escritura y la lectura. El espejo de la vanidad puede servir como el primer paso en esta educación cuando lo miramos detenidamente y sentimos el horror que se esconde tras los espejos.

Yo creo que Shakespeare no es tan generoso con su amigo, y que le da sólo el soneto. Pero el soneto es a la vez espejo, reloj, libro y espacio en blanco (los sonetos dejan mucho margen vacío para anotaciones). Le da un soneto que es espejo, pero un espejo que es reloj, y un reloj que es un libro, y un libro que es una hoja en blanco. Le da una hoja en blanco que es un espejo donde reconocerse, y un espejo que es un libro de la vida, y un soneto que avanza con la precisión de un reloj.

Todo texto es un reloj, que desgrana letras y palabras y contiene su tiempo preciso. Ese tiempo también es una eternidad: podemos ver el texto ya como proceso que transcurre en la lectura, ya como producto acabado en la página: así la poesía perdura en el tiempo más allá de la medida de nuestras vidas, pero vuelve a ser palabra que fluye cada vez que la leemos. El texto es así una imagen de la vida humana: a la vez como un breve instante del tiempo, y como una inscripción que queda en el libro de la eternidad, en ese registro imaginario de las cosas que fueron y por tanto siempre habrán sido. (La responsabilidad de esa escritura de nosotros mismos da escalofríos).

Somos relojes vivientes, envejecemos ante nuestra mirada en el espejo. Esa arruguita es una línea escrita, tiene su historia. También el soneto nos contempla distintos, más viejos, cada vez que volvemos a él. Pero al releerlo años después vemos en él cosas distintas, y en nosotros mismos. Nunca te sumergirás dos veces en el mismo libro. Por eso el soneto – cualquier libro – es un libro en blanco. Sólo termina de escribirse con la experiencia del lector, del lector que es un escritor, igual que el ingenuo diarista que años después vuelve sobre sus escritos y encuentra que los ha escrito otro que, para mayor sorpresa, es él mismo. Mirarse en el espejo de tinta es ver una cara distinta detrás de la nuestra, quizá esa cara que dicen que aparece en los espejos cuando te quedas mucho rato mirándolos.

Quizá Shakespeare no fuese tan generoso con su amigo; le regaló sólo un soneto en lugar de un Rolex, una Moleskine, un portátil y un libro suyo con autógrafo. Pero salimos ganando nosotros: el soneto que le llegó al Amigo también nos llega a nosotros, y por tanto somos los felices recipientes de un soneto que es un espejo que es un reloj que es una página en blanco que es un libro de la vida.

Look twice, my Friend.





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