lunes, 21 de julio de 2014

Teoría de la desilusión

La desilusión es parte crucial de la educación—sobre todo en el sentido de autoeducación, de educación a pesar de la educación recibida. O también en el sentido de maduración, o de aprender las lecciones de la vida. Es conveniente (o inevitable) desilusionarse, porque lo que se nos enseña son, en gran medida, ilusiones. Ilusiones que hay que aprender. Y para seguir aprendiendo, hay que desaprenderlas, y descubrir la desilusión: una verdad que quizá sea otra ilusión, pero que sin embargo produce un desencanto. Esto lo teorizan a su manera diversos sabios desilusionados, pero especialmente bien lo dicen Berger & Luckmann en La construcción social de la realidad.  Siendo la realidad no lo que su nombre nos haría suponer, sino una construcción social, una de muchas posibles, el aprender esto, o aprender a verla desde otro punto de vista, requiere desilusionarse—ver que las cosas que se daban por ciertas son relativas, o dudosas, o son símbolos, o ficciones. Desilusionarse es hacer filosofía, o semiótica social, y hacer filosofía, o semiótica social, es desilusionarse.

En la socialización primaria no existe un problema de identificación. No existe una elección de otros significativos. La sociedad presenta al candidato a la socialización un conjunto predefinido de otros significativos, a los que ha de aceptar como tales sin posiblidad de optar por otro arreglo. Hic Rhodus, hic salta. Hay que arreglárselas con los padres con los que el destino ha obsequiado a uno. Esta desventaja injusta, inherente a la situación de ser niño, tiene la consecuencia obvia de que , aunque el niño no es simplemente pasivo en el proceso de su socialización, son los adultos los que establecen las reglas del juego. El niño puede jugar el juego con entusiasmo, o con resistencia hosca. Pero, ay, es el único juego al que se juega. Esto tiene un corolario importante. Ya que el niño no tiene elección a la hora de seleccionar a sus otros signficativos, su identificación con ellos es casi automática. Por la misma razón, es casi inevitable que interiorice la realidad particular de ellos. El niño no interioriza el mundo de sus otros significativos como un mundo posible entre otros. Lo interioriza como el mundo, el único mundo existente y concebible, el mundo tout court. Es por esto que el mundo interiorizado en la socialización primaria está mucho más firmemente atrincherado en la consciencia que los mundos interiorizados en socializaciones secundarias. Por mucho que se debilite la sensación original de inevitabilidad a lo largo de desencantos sucesivos, el recuerdo de una certidumbre que jamás se ha de repetir—la certidumbre del alba primera de la realidad—se adhiere todavía al primer mundo de la infancia. La socialización primaria lleva a cabo, por tanto, lo que (visto retrospectivamente, claro) puede considerarse como el engaño más importante que la sociedad le vende al individuo: hacer que aparezca como necesario lo que de hecho es un amasijo de contingencias,  y hacer de ese modo que adquiera sentido el accidente de su nacimiento. (Berger y Luckmann, 154-55)


Las creencias y ritos religiosos suelen ser víctimas tempranas de estos ejercicios de desilusión. Muchos estiman que es de buen tono mantener la ficción social de la religión aunque no se crea en ella. Y es una postura que tiene su justificación, porque una vez se empieza a desmoronar la solidez del mundo recibido de la infancia, no está claro dónde se puede trazar un límite a su potencial disolución. Si el infierno, y luego el cielo, resultan ser ilusiones, no tarda en seguirles la tierra, no tan sólida como parecía una vez se la examina de cerca. 

Y tampoco resultan ser espejismos más sólidos, desde luego, la sustancia misma del sujeto que reflexiona, y la del del nuevo mundo social que le rodea y que ha ocupado, más precariamente, el lugar de las antiguas certidumbres. La filosofía, entendiendo por tal la crítica y disolución de los mitos heredados, nos lleva a habitar en un mundo extraño e incierto, donde ni el pensamiento, ni nada más, puede tomar asiento.

 





 
 
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2 comentarios:

  1. Anónimo1:30 a. m.

    Cuentan, que " La magia es el resorte que mueve al ser humano, la ilusión que puede cambiar el mundo. Dejamos de encontrar sentido a la vida cuando desaparece la ilusión. ¿ Y ahora que hacemos ? ¿ A donde vamos ? " Por ejemplo: " Jesús Cristo y todos los otros sobre quién este carácter esta fundado son personificaciones del sol (ver video abajo), y la fábula del evangelio es simplemente una repetición de una fórmula mitológica que gira alrededor de los movimientos del sol a través del cielo. " De la religión de los arabes, poco se cuenta, al respecto...

    hay algunas comunidades en Oriente Medio –no todas, por supuesto– que tienen esta conciencia grupal y son extremistas. Necesitan una enseñanza cuadriculada. Para una mente en esta etapa, la tradición y el dogma son la mejor y única opción para navegar la complejidad del mundo.

    Después de esta etapa hay un periodo de transición en el que empiezan a surgir el sentido común, la ciencia empírica y la racionalidad. Estas, a su vez, le empiezan a ganar terreno a la fe ciega en el dogma. Es justo entonces cuando empieza el movimiento de la mente individual. El ser ya no se identifica como tribu, clan, o antepasados, sino como individuo. Por supuesto, ahí el “ismo” tiene poca cabida. El individuo piensa que, si pertenece, pierde.

    Y ahí empiezan los divorcios. También los conflictos personales, y muchos traumas psicológicos. Curiosamente, en la conciencia grupal no tienen divorcios. Sin duda, viven amargados durante mucho tiempo, pero no hay divorcios; el grupo ya da la solución a lo que pueda surgir. Hay pocas crisis psicológicas porque todo tiene un porqué.

    Pero cuando el individuo tiene que comprender por sí solo cuál es su papel en la vida y en el mundo, aparece mucho estrés. Mucha presión. Algunos no pueden con ello, y caen en depresión, o entran en una crisis.

    https://www.paramita.org/buda-no-fue-budista/

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  2. Anónimo12:32 p. m.

    no sólo contamos historias a los demás. También nos las contamos a nosotros mismos. Nuestra identidad es una historia que nos contamos a nosotros mismos. Y estas historias no son objetivas, son ficciones que nos ayudan a vivir, a seguir adelante. Como en las películas basadas en hecho reales, nuestras historias vitales deberían llevar el anuncio: “esta historia que cuento acerca de mí mismo está basada en hechos reales pero es una ficción, una ficción útil. Soy en buena parte un engaño de mi imaginación”. Y necesitamos el autoengaño para seguir viviendo y no caer en la desesperación. Como lo expresa William Hirstein:

    “La verdad es deprimente. Vamos a morir, lo más probable después de una enfermedad; todos nuestros amigos morirán también; somos unos puntos insignificantes de un insignificante planeta(…) Se necesita el autoengaño para salir de la cama cada mañana”

    Y cuando esta narración nos falla viene la depresión. Psicólogos como Michele Crossley dicen que la depresión surge de una “historia incoherente” de una historia rota, de una narración inadecuada acerca de uno mismo, de una historia vital que ha descarrilado. La psicoterapia ayuda a las personas infelices a reparar sus historias vitales, las que se cuentan a sí mismos. Les da una historia con la que puedan vivir. Y funciona. Así que el terapeuta es una especie de guionista, de editor de historias que ayuda al paciente a revisar su historia vital y reescribirla para que pueda volver a jugar el papel de protagonista.


    En definitiva, las historias -sagradas o profanas- son probablemente la fuerza de cohesión más importante en la vida humana. Una sociedad se compone de personas con diferentes personalidades, objetivos y agendas. ¿Qué las conecta a todas? Las historias. Como dijo John Gardner, “la ficción es seria y beneficiosa, es un juego contra el caos y la muerte, contra la entropía”. Las narraciones son el contrapeso al trastorno social, a la tendencia de las cosas a separarse. Las historias son el núcleo sin el que el resto no se sostendría.

    ¿Y cuál es el futuro de las historias? Pues mientras el hombre sea hombre no van a desaparecer, al contrario, cada vez van a tener más importancia. Somos criaturas del País de la Fantasía, ése es nuestro hábitat. Y las nuevas tecnologías, como los videojuegos y la realidad virtual, nos van a facilitar sumergirnos en él. Ya hay gente que pasa más horas en mundos virtuales que en el mundo real. Como dice el economista Edward Castronovo en su libro Exodus to the Virtual World, hemos empezado la mayor migración en la historia de la Humanidad, hemos empezado a movernos del mundo real al virtual (algo que siempre hemos querido hacer).

    https://evolucionyneurociencias.blogspot.com/2015/06/el-animal-cuentahistorias.html

    Vivimos engañados, pero 🍐 al mismo tiempo, nos gusta que nos engañen. ¡ Que gran desepcion. !

    Si una evolución convergente, produce un nuevo ser inteligente, que camine sobre la tierra, después de la humanidad ( un pulpo, calamar, delfin, un pájaro, hormiga o abeja - insectos sociales - ¿ Sería exactamente como nosotros; una copia humana, con otro cuerpo; o será otra cosa diferente a nosotros, con otras virtudes y otros defectos. Otra idiosincrasia existencial, diferente. ?

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