domingo, 5 de mayo de 2013

Slavoj Žižek. On Melancholy. 2012



 

En realidad no gira en torno a la melancolía esta colección de divagaciones de Zizek, sino que giran más bien en torno a la ideología, la muerte de Dios y la anomia, y de allí a la interpretación simbólica o desmitificadora del cristianismo, una teodicea negativa. 

Dios es como un regulador trascendente, hacemos como si existiera (Zizek atina bastante al caracterizar el tipo de fe frecuente en el cristianismo, puesto que muchos cristianos no es tanto que crean en Dios, sino que más bien quieren creer que creen en Dios). Los musulmanes radicales también están atacados por la misma crisis de fe, y sus actos violentos, sus suicidios explosivos, son una especie de apuesta pascaliana resultado de la duda, no de la certidumbre, nos dice. Duda inconsciente, será. 

Pasa Zizek a una meditación sobre la radical libertad que da al ser humano la falta de sentido del mundo, o (dicho de otro modo) la brutalidad inmoral e inhumana de Dios, evidenciada en el libro de Job... 

... y al final del todo, sí, pasamos a la melancolía y a Freud, "Trauer und Melancholie", a cuenta de la melancolía de la sexualización, la identificación con la identidad sexual prohibida, y la pérdida de Dios. 

Los homosexuales serían en la lectura de Judith Butler los que persisten en la identificación con el objeto de deseo sin aceptar su pérdida. El melancólico, para Freud, es el que hace rituales de luto por el objeto perdido antes de perderlo. (Es de suponer que porque sabe lo va a perder: aún estamos juntos, pero sabemos que nos tenemos que perder, por eso nos dedicamos, todavía en presencia, a los rituales de la melancolía). La melancolía está de luto no por la perdida del objeto de deseo, sino por la pérdida del deseo hacia el objeto. 

Al final de todo, nos volvemos hacia Melancholia, de Lars von Trier. Que sí iba sobre el mantenimiento del cristianismo como una ilusión de sentido, una ficción deliberada mantenida como cortesía hacia los demás.  Aunque para Zizek no es una ilusión lo que ofrece Justine al final de ese film, sino una invitación a que no nos importe la muerte.

 Yo matizaría que eso es lo que comunica la película al espectador, posiblemente, pero no es lo que comunica Justine al niño. El niño necesita la ilusión del consuelo, aunque a la vez se le esté educando en cierto modo en la ficcionalidad del mismo—mientras que el espectador y Justine están ya en otra posición. Estamos, más bien.

 
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