sábado, 4 de agosto de 2012

Los limoneros

Es muy visible una película israelí/francesa/alemana, Los limoneros (2008, dir. Eran Riklis) sobre la dificultad de conviencia entre palestinos e israelíes alrededor de su muro. Va sobre la imposibilidad de dos mujeres a ambos lados de la raya de ser buenas vecinas, a pesar de que no hay mala voluntad por parte de ninguna de ellas. Podrían parecer cargadas las tintas si digo que la israelí es esposa del ministro de defensa de Israel, que para más datos se llama también Israel, vecino abusón que quiere talar el huerto de limones de su vecina palestina Salma, por si se colasen allí terroristas. Pero a pesar de la alegoría, la película está extremadamente bien llevada e interpretada, con la sensación de la experiencia de la vida cotidiana conseguidísima; es como un viaje a la franja entre israelíes y palestinos. Es también la historia de dos parejas que se deshacen: la mujer del ministro, sofocada por su vida pija y sin contenido, acaba de ver claramente la falsedad de su marido y su hipocresía a todos los niveles, un político que tiene futuro, y presente. Al final de la película lo deja en su supercasa que ahora da no a un huerto de limoneros sino a un muro de cemento. La otra pareja es la que se hace y deshace entre Salma, viuda hace años, y el abogado que consigue defender su causa, y salvar la mitad del huerto, ante el Tribunal Supremo israelí. Son dos solitarios que se gustan y se cogen cariño, pero la presión machista de la sociedad palestina no va a dejar a Salma que "le falte" a la memoria de su marido. En fin, dos mundos contrapuestos que parecen a cuál menos envidiable, y una situación imposible en la que la solución salomónica que da la justicia israelí no deja contento a nadie. La juez del Tribunal Supremo también era mujer, pero queda bastante claro que para el director la hostilidad, el maximalismo y la imposición del abuso son mayormente cosa de hombres, en Israel y también en Palestina. De todos modos hombres y mujeres están sometidos a una situación recibida que los desborda; frente a eso, los hay de buena voluntad, buscando soluciones y estando atentos al punto de vista del otro, y otros que eligen rodar con el sistema sin más, y con la norma que impone el grupo, hasta donde los lleve en su mecanismo deshumanizante. Esos son los imprescindibles para mantener la maquinaria.



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