viernes, 31 de julio de 2009

Teoría hegeliana de la apropiación (y de la vanidad de las obras)

La apropiación ideológica es una cuestión muy central en la teoría materialista de la cultura, en concreto en el estudio de la recepción de obras clásicas. Los clásicos tienen un gran potencial ideológico, un "nombre", digamos, que conviene reclutar para que milite en las filas de uno. O, si la energía del clásico resulta ser intratablemente contraria o refractaria, conviene al menos desarrollar un discurso crítico que lo contenga o reoriente de modo que quede claro que es nuestro discurso el dominante y el que contiene al clásico y sabe explicarlo. Hay que señalar que por supuesto en el contexto adecuado, que es el que definimos nosotros mismos, nuestro discurso es siempre el más autorizado, el dominante y el que sienta cátedra—la medida que juzga a los demás discursos. Otra cosa será en otros contextos.

De esta cuestión de la apropiación han hablado entre otros, en relación a la obra de Shakespeare, Barbara Hodgdon (The Shakespeare Trade) y los autores de los ensayos reunidos en Political Shakespeare, editado por Alan Sinfield y Jonathan Dollimore, y en Shakespeare and Appropriation, editado por Christy Desmet y Robert Sawyer. De todos los bienes culturales británicos, Shakespeare es el mayor objeto de codicia y apropiación; quizá el mayor del mundo con la excepción de la Biblia (pero allí son muchos contra uno).

Bien, pues esta teoría, que algunos podrían considerar filomarxista y demás, puede encontrarse claramente expuesta en Hegel, que no era filomarxista. Claro, Hegel no lo plantea en términos de grupos sociales enfrentados, o culturas dominantes, sino que nos da el planteamiento individualista de la cuestión. Es precisamente en su discusión de las formas de realización del individuo en su acción, en la Fenomenología del Espíritu, donde se encuentra su exposición de la apropiación de la obra ajena. Allí habla de cómo un individuo se realiza en su trabajo, una noción que también deja huella en Marx. (Marx dijo de viejo "lo cierto es que no soy marxista"—no aclaró si hegeliano sí que era). La exposición de Hegel es de entrada un tanto exagerada: se explaya sobre cómo la acción humana puede considerarse como expresión del individuo, construcción de hecho del sujeto mismo, pues la individualidad es algo que se construye no mediante proyectos o ideas sino mediante las acciones que definen al individuo. Lo que me parece exagerado o extremo, o idealista, es la manera en que considera que la acción pueda caracterizar tan nítidamente al individuo: llega a decir que a este nivel no puede considerarse ni buena ni mala, ni lamentable ni loable, sino sólo característica.

Sea lo que sea que haga el individuo, y le pase lo que le pase, eso lo ha hecho él, y eso es él. Puede tener sólo la consciencia de la simple transferencia de sí, desde la noche de la posibilidad a la luz del día del presente, desde lo abstracto en sí mismo al significado de lo que efectivamente tiene ser, y puede tener sólo la certidumbre de que lo que le suceda en este último no es sino lo que yacía durmiente en el primero. (....) El individuo, por tanto, sabiendo que en el mundo efectivo no puede encontrar otra cosa que su unidad consigo mismo, o sólo la certidumbre de sí en la verdad de ese mundo, no puede experimentar sino alegría de sí. (§ 404)

Las frustraciones y fracasos se le pierden a Hegel por el camino, al parecer, y las desilusiones del individuo consigo mismo, aunque ya acabarán apareciendo. Exagerado, digo, pues más a menudo me parece que la acción del individuo no lo caracteriza ni lo retrata tanto, ni se espera de ella que lo haga, sino que queda desdibujada en la acción colectiva, en el trabajo reglamentado, etc. y bien poco hace al individuo como tal—como no lo haga individuo estandarizado, claro. Hace contar muy poco Hegel, en esta discusión del sujeto trazando su acción u obra, al azar, a la resistencia del material, a las circunstancias difíciles de amoldar, a lo imprevisible de la acción y reacción de los otros, que hacen que nuestra obra no sea tanto un retrato de nosotros mismos cuanto más bien un borfollo indefinible y heterogéneo de proyectos, logros, circunstancias e intenciones atisbadas. Luego volverá sobre ello.

Pero en fin, Hegel tiene claro qué es lo que nos lleva a actuar, y comienza ofreciéndonos una versión extremadamente intencionalista y optimista de la acción y del trabajo; nos muestra un individuo self-made, en el que lo que sale a la luz es lo que estaba implícito en él. Lo que se lleva a la acción efectiva es lo que el inviduo es, o más bien lo que iba a ser y efectivamente se hace. Aquí hay un poquillo de círculo vicioso, y de prospección retrospectiva de las que me gustan. O quizá esté mejor definido como un círculo hermenéutico de la acción y la temporalidad humana:

La consciencia ha de actuar aunque no sea sino para que lo que es en sí mismo pueda volverse explícito para sí; dicho de otro modo, la acción es simplemente el llegar a ser del Espíritu en tanto que consciencia. Lo que la última es en sí, lo llega a saber por tanto a partir de lo que es. Así pues, un individuo no puede saber lo que es hasta que se haya hecho a sí mismo realidad mediante la acción. Sin embargo, esto parece implicar que no puede determinar efectivamente el Fin de su acción hasta que la haya llevado a cabo; pero al mismo tiempo, siendo que es un individuo consciente, ha de tener ante sí su acción de antemano como enteramente suya, es decir, como un Fin. El individuo que va a actuar parece, por tanto, encontrarse en un círculo en el que cada momento presupone el anterior, y así parece incapaz de encontrar un principio, porque sólo llega a conocer su naturaleza original, que ha de ser su Fin, a partir del acto, aunque, para actuar, debe tener ese Fin de antemano. Pero por esa misma razón ha de empezar inmediatamente, y sean cuales sean las circunstancias, sin más escrúpulos sobre principios, medios, o Fin, proceder a la acción, porque su esencia y su naturaleza esencial es principio, medios y fin, todo en uno. (§ 401).

Vale: el sujeto se tira a la piscina, y hace su Acto, o su Obra. Lo divertido, o lo triste, es lo poco que queda de este Acto u Obra una vez va parar a la consideraciíon de los otros—los Otros, deberíamos llamarlos, tan ominosos son para el optimista Sujeto, que iba a retratarse y esculpirse mediante su acción. Ahora resulta que para los Otros esa acción no es sino una circunstancia más, no un Fin, sino un medio, porque los Otros no están por la labor de tu realización como Consciencia bla bla, sino que van a lo suyo, y cogen los materiales de que puedan echar mano, entre ellos tu Obra, o tu Retrato, o la Cosa que Hiciste, para su propio auto-bricolaje. Se apropian sin más ni mas de lo que hay, y van a lo suyo, que era lo nuestro, que es lograr su Fin, hacerse a sí mismos, externalizar su Esencia-que-será, por medio de su Acción. Este es el fragmento donde Hegel formula la teoría interaccional de la Apropiación. Lo traduciré teniendo en mente el ejemplo de la recepción de una obra literaria de la cual se apropia un antipático crítico: pero puede aplicarse a todo tipo de acción u obra humana, y a la respuesta que recibe por parte de los demás.

En primer lugar, tenemos que considerar en sí misma la obra producida. Ha recibido dentro de sí la naturaleza completa de la individualidad. Su ser es por tanto en sí mismo una acción en la que todas las diferencias se interpenetran y quedan disueltas. La obra es expulsada así a una experiencia en la cual la cualidad de la naturaleza original de hecho se vuelve contra otras naturalezas determinadas, las invade o usurpa, y se pierde como un elemento que se desvanece en este proceso general. Aunque, en el interior de la Noción de la individualidad objetivamente real, todos los momentos —circunstancias, fin, medios, y realización— tienen el mismo valor, y la naturaleza específica original no tiene más valor que el de un elemento universal, por otra parte, cuando este elemento se convierte en un ser objetivo, su carácter específico como tal sale a la luz en la obra hecha, y obtiene su verdad en su disolución. Más exactamente, la forma que asume esta disolución es que, en este carácter específico, el individuo, en tanto que este individuo particular, se ha vuelto consciente de sí mismo como efectivo, actual; pero el carácter específico no es sólo el contenido de la realidad, sino igualmente su forma; dicho de otro modo, la realidad simplemente como tal es precisamente esta cualidad de estar opuesta a la consciencia de sí. Considerada desde este aspecto, la realidad se revela como una realidad que se ha desvanecido de la Noción, y es meramente una realidad ajena que se encuentra como algo dado. La obra es, o sea, existe para otras individualidades, y es para ellas una realidad ajena, que ellos han de reemplazar con la suya propia para obtener por medio de la acción de ellos la consciencia de la unidad y realidad de ellos; dicho de otro modo, el interés de ellos en la obra, que se deriva de la naturaleza original de ellos, es algo diferente del interés propio y particular de esta obra, que queda por esto convertida en algo diferente. Así la obra es, en general, algo perecedero, que es aniquilado por la acción contraria de otras fuerzas e intereses, y realmente exhibe la realidad del individuo como algo que se desvanece, más bien que como algo que se ha logrado. (§ 405).

Aquí sí recibe atención la vanidad (la nada, digo) de los esfuerzos y logros, tras la vanidad (la fatuidad o presunción) que le lleva a uno a esculpirse a sí mismo en su acción, o en su Obra. Hegel lo expone como si esto siempre nos pillase de nuevas.

La obra pues, no permanece, sino que desaparece. Luego, esta "Desaparición" de la obra queda relativizada, al desaparecer también su "Desaparición". Y Hegel también se ocupa de contrastar (ahora sí) la distancia entre la intención y el resultado, entre lo que se pretendía hacer y lo que se ha hecho de verdad. (§ 408-9). Pero esto ya es una fase posterior a la acción creativa, una fase en la que sería inútil para el sujeto buscar su realización mediante el trabajo. Es en el trabajo en curso, o en curso de proyección, donde el sujeto se realiza más propiamente.

También relativiza Hegel la realización que el sujeto puede encontrar en el trabajo, o en su Obra, con otra constatación, que podríamos relacionar con la teoría de los torbellinos de información. A saber, que no hay relación racional entre la intención y el resultado, ni entre la calidad y la recepción. Una obra bien hecha, de intención acertada, planificación cuidadosa, y bien ejecutada, no tiene por qué tener mejor éxito o fortuna que una obra defectuosa. Así, el azar contribuye a la frustración de quien quiera realizarse en la acogida de su obra, más allá del acto de realización de la misma:

la Noción y la realidad se separan de nuevo en tanto que transición a la realidad y en tanto que propósito; dicho de otro modo, es por accidente si se elige un medio que exprese el propósito. Y finalmente, la totalidad de estos momentos internos (posean unidad interna o no), es decir, la acción del individuo, se halla una vez más en relación accidental con la realidad en general; la fortuna decide tanto a favor de un propósito mal agenciado, o de unos medios mal elegidos, como en contra. (§ 407)

Es en el momento de la creación donde se experimenta la auténtica obra, la que dura (aunque sólo sea una permanencia ideal), "independientemente de lo que es sólo el resultado contingente de una acción individual, el resultado de circunstancias, de medios, y de una realidad contingentes" (§ 409). Es un trabajo en gran medida ilusorio o ideal: observa Hegel que a veces para hacer el trabajo ése basta con apropiarse imaginativamente de una situación, o hacer el plan. Lo de llevarlo a cabo ya es una fase ulterior y contingente, tan idealista es su noción del trabajo. De aquí se podría sacar también, ready-made, una teoría del ready-made à la Duchamp. Esto también es una forma de apropiación, claro, y una forma de realizar la obra de uno por el camino más directo posible, sólo como idea. Es el nacimiento de la noción del arte conceptual.

Pero hoy me interesaba más la teoría de la apropiación como reacción crítica a la obra original. Esta triangulación del sujeto, su Expresión u Obra, y el reciclaje de la misma en la respuesta del Receptor, la traté desde otro punto de vista en mi artículo sobre "Tematización retroactiva, interacción e interpretación: la espiral hermenéutica de Schleiermacher a Goffman". Retroactivamente, podemos incluir a Hegel en el diálogo, aunque sus ideas queden un tanto desposeídas en este nuevo contexto.





Mon fils chante 2

Bueno, en este caso más bien escucha, Ivolo, mientras practico sin mucho éxito la canción de Juliette Gréco. Lo que sí le encanta es saludar a la cámara, es un chaval mediático.





No os perdáis el detalle, cómo se apoya primero en un pilar, y luego hace como que se apoya en el borde de la imagen... Experimentos de Ivo. Cada cual con sus probatinas. A ver si luego me sale una versión mejor.

.......


Ya es luego. Aquí sigo produciendo versiones, sin encontrar la buena. Esta otra la estropeamos entre yo y el perro del vecino.





(PS: con esta ya llevo doscientas entradas en la nueva ubicación Blogger de este blog. Varios miles en total, claro, así que ni cuento ni celebro. La vieja versión de Blogia la sigo actualizando, pero a veces con retraso, por lo lentísima que va).

Mon fils chante

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miércoles, 29 de julio de 2009

La sentencia de la cátedra (III)





En estos enlaces previos puede leerse cómo un tribunal dejó vacante una cátedra a la que me presenté, y cómo tras desoír mis recursos el Rectorado de la Universidad de Zaragoza, un juzgado de lo contencioso administrativo dictó que no procedían mis reclamaciones—con argumentos tan pobres que merecieron este comentario. Una vez presentado el recurso de apelación al Tribunal Superior de Justicia de Aragón, aquí está la sentencia que dictó éste (PDF), dos años después, fallando también en contra mía. Fue redactada por el ponente Fernando García Mata, con el visto bueno de Jaime Servera Garcías (presidente) y Eugenio Ángel Esteras Iguácel (magistrado). Esta sentencia no será recurrida, pues considero inútil de hecho (además de improcedente en lógica jurídica) acudir al Tribunal Constitucional con esta cuestión. En estas cuestiones este tribunal es la última instancia, o debería serlo. Lo que sonroja es que un tribunal de última instancia juzgue con semejantes criterios, aunando despropósitos y falacias.

Por lo menos sí puede la sentencia comentarse públicamente, expondiendo sus contradicciones e injusticias. El otro día rebatí el punto 1; hoy toca el 2. Lo transcribo íntegro, y comento sobre la marcha.

SEGUNDO.- En segundo término alega el apelante la incorrecta valoración de la sentencia de instancia en relación a la aplicación del perfil a los méritos de los concursantes por parte de la Comisión Juzgadora.
En este punto la sentencia, tras señalar que la parte debió haber recurrido la resolución que convocó la plaza y poner de manifiesto la doctrina jurisprudencial sobre el control de la discrecionalidad estima que lo que se pretende es sustituir el criterio de la Comisión por el del recurrente en lo que constituye una decisión discrecional del Tribunal, por lo que rechaza la impugnación formulada, decisión que impugna la parte apelante puesto que, según afirma, ante la amplitud del perfil de la plaza fijado en la convocatoria; que no se corresponde con ninguna asignatura en concreto de la licenciatura, el que varios miembros de la Comisión manifestaran que el currículo del apelante no resultaba acorde con el perfil de la plaza resulta arbitrario y ausente de motivación, máxime atendidos los sexenios de investigación y demás méritos del recurrente.

A ver, a ver. Primero, qué mal puntúan los juristas; la última frase es un borfollo sintáctico casi incomprensible: hay que cambiar el punto y coma por una coma. A la sentencia aludida de ese juez alegué en el recurso que "una vez fijado dicho perfil, la Comisión Juzgadora no puede proceder a limitarlo a su antojo, como realizó en el presente proceso selectivo". Y es eso lo que se debe juzgar: si ha hecho eso la Comisión Juzgadora, o no lo ha hecho. Que el perfil estaba mal definido de entrada, es una cuestión de la que yo sólo informaba al juez, no para su conocimiento, que debería suponérsele aunque sea mucho suponer, sino para su conocimiento de que yo era consciente de esta cuestión. Y punto: no estaba yo recurriendo ese perfil, "Lingüística inglesa", que se fijó y aprobó en su momento sin que nadie lo recurriese, años antes, cuando todos estábamos pensando en otra cosa.

Pues bien, "lingüística inglesa" habemus. Lo que yo alego es que, habiéndose convocado la plaza con ese perfil, la comisión debía atenerse a él, y no cambiarlo implícitamente, como hizo, por otro que en ningún momento aparece por escrito, pero que podríamos llamar "Gramática inglesa". Yo presenté mis publicaciones en el currículum, cada una clasificada según los identificadores de la UNESCO, para que quedase claro que eran publicaciones de lo que se considera, oficialmente, por organismos acreditados y de referencia del propio Ministerio, "lingüística". Es decir, cuestiones como semiótica, teoría de la narración, estilística, análisis del discurso, pragmalingüística, etc. Si la Comisión creía que mis publicaciones (acreditadas, que habían dado lugar a sexenios, etc.) no eran de Lingüística debería haber procedido a demostrar que no eran publicaciones de estilística, teoría de la narración, semántica, teoría de la interpretación, etc.

Otra opción hubiera sido echarse al río y llevar la contraria a la Unesco, o al Ministerio, o a la Comunidad Científica, o a quien sea, y argumentar que la estilística, análisis del discurso, etc., no son lingüística—LINGÜISTICA INGLESA, cuando se refieren a textos, cuestiones, teorías y debates del área anglófona. Naturalmente, eso hubiera sido bastante más difícil y problemático que coger todo a rebullón y decir que "el currículum del candidato no se corresponde al perfil de la plaza", así panorámicamente, sin justificar ni razonar—pero incurriendo en falsedad a la vista de la documentación. El primer juez decía, y repiten aquí los jueces del TSJA, que yo pretendo que los jueces se atengan a mi criterio en lugar de al de la Comisión. Pues no: lo que pretendo es que se atengan a criterios objetivables, tanto la Comisión, como los jueces, pero parece mucho pedir: y eso que acudir a criterios objetivables, en caso de disensión, es lo que se supone que ha de hacer la justicia. Esto comentaba yo hace dos años, y sigo comentando, sobre la actuación recurrida:

Jamás he pretendido yo que se sustituya el criterio de la Comisión por el mío, según sugiere el Juez que hago—antes bien, he apelado a que se consulten y apliquen los criterios generales, universalmente aceptados, y establecidos por organismos internacionales, como la UNESCO, para determinar qué es y qué no es "lingüística"—en lugar de una misteriosa discrecionalidad técnica que de hecho es arbitraria al no estar basada en ningún criterio técnico reconocible ni contrastado. O sea, no mi criterio, sino el de la UNESCO. Que no somos la misma persona, ojo.

[La sentencia] sigue con un argumento un tanto dudoso, según se entienda su alcance. La discrecionalidad técnica de la Comisión o tribunal se extiende al parecer a redefinir el perfil, según el Juez. Cosa que en absoluto es así. El perfil estará bien dado, o mal dado (bien dado, según estima el juez), pero la Comisión no puede (o más bien no debe) valorar la prueba como si de otro perfil se tratase. Es cuestionable que a una oposición con semejante perfil (Lingüística) fuese adecuado presentar un proyecto sobre una materia mucho más concreta—fonética, pongamos por caso—aunque el juez lo dé por bueno. Cuestionable, digo, y quizá entre en la discrecionalidad técnica de la comisión, al menos tal como aquí se entiende. Pase. Pero lo que nunca puede hacer la Comisión es hacer un gambito lateral y, teniendo que juzgar sobre un perfil de lingüística, hacer como si estuviese juzgando un perfil de gramática, o de fonética, excluyendo arbitrariamente los méritos que según criterios objetivables, internacionales, no subjetivos del recurrente ni de la comisión, etc.—son méritos relativos al campo de la Lingüística. Por todo lo cual, el razonamiento del Juez no es adecuado para el caso aquí presente, pues no centra bien la naturaleza del problema, ni responde a las objeciones que he presentado a la actuación de la Comisión. Y que son, en sustancia, objeciones a una actuación demostrablemente injusta. Si se atiende a la demostración, claro, y a los criterios de validez usados por la propia Administración en sus evaluaciones oficiales (como son esas clasificaciones de materias de la UNESCO).

Eso en el caso de que no se quiera dar por válido el principio administrativo más general: que los méritos de investigación en el área de conocimiento, es decir, en Filología Inglesa, han de ser los determinantes en el primer ejercicio, ya que el perfil ("lingüística") en este caso, se refiere únicamente a labores docentes por realizar en el Departamento, y no a investigación realizada en el área.

Es decir, que el Juez nunca entra a valorar lo que aquí se recurría: a saber, si entra en la discrecionalidad técnica de la Comisión lo que yo digo que ni entra ni puede entrar: el dejar fuera de consideración, a su voluntad, el trabajo realizado en según qué tipos, ramas, o modalidades de "lingüística". Admitir la discrecionalidad técnica para hacer esto sería admitir que el perfil de la oposición lo fija la Comisión evaluadora, en lugar de ser algo establecido por la Universidad—y esto es algo que nadie ha defendido abiertamente, ni dispondría de argumentos legales para defender.

Bien, pues por eso fue recurrida la actuación de la Comisión, y luego la del juez. Ahora veamos qué sentencia al respecto el TSJA (continuamos citando el texto de su sentencia):

Centrada en los anteriores términos la impugnación y aunque es cierto que a la hora de abordar el tema de la discrecionalidad técnica las posiciones doctrinales resultan cuanto menos dispares—van desde la que niega, sin distingos, cualquier posibilidad de revisión a la decisión de los tribunales en materia de oposiciones y concursos, hasta la que asume la postura absolutamente contraria por estimar que negar la posibilidad de revisión constituye una postura contraria a la Constitución (art. 24 CE), en cuanto supone un reconocimiento de zonas inmunes de control jurisdiccional—,

(Observemos que entre las posiciones dispares a que se alude unas son acordes a la constitución y otras sencillamente la ignoran y vulneran—pequeño detalle que debería impedir igualar unas con otras, como si de criterios igualmente respetables se tratase desde el punto de vista jurídico).

no puede desconocerse que los tribunales han tenido la ocasión de ir delimitando cuál es el ámbito propio de la discrecionalidad técnica y sus límites. Así, la jurisprudencia ha venido sosteniendo que si bien es cierto que los Trinunales que juzgan oposiciones o concursos gozan de discrecionalidad técnica en sus funciones de valoración de conocimientos o méritos, no obstante sus decisiones pueden y deben ser revisadas por los Tribunales de Justicia cuando para efectuar dicha valoración se hayan infringido las bases de la convocatoria, cuando haya sido producida mediante desviación de poder o cuando de forma patente incurra en arbitrariedad. Partiendo de lo expuesto es indudable que las posibilidades de revisión de los Tribunales son más limitadas cuando, como sucede en le presente caso, se trata de enjuiciar la valoración en fase de concurso/oposición, fase en el que ("en la que", será más bien) el control de la discrecionalidad por medio de la interdicción de la arbitrariedad se convierte en la técnica de control fundamental.

Es decir, el tribunal sí está de acuerdo en que hay que controlar que la Comisión no incurra en arbitrariedad. O sea, que si hay denuncia de arbitrariedad, tendrá que arbitrar el Tribunal alguna manera de establecer si se ha incurrido en arbitrariedad o no, en lugar de atenerse automáticamente al criterio de la comisión (que es precisamente lo que se está sometiendo a juicio). Esto sería lo razonable desde el punto de vista jurídico (y del sentido común). Pues bien:

Pues bien, en el presente caso la sentencia da una solución satisfactoria a la alegación aquí formulada que es reproducción de la planteada en primera instancia, puesto que en modo alguno cabe estimar la existencia de ausencia de motivación, ni de arbitrariedad, a la vista de los informes razonados obrantes a los folios 112 y siguientes del expediente—cuyo contenido damos por reproducido—.

Yo también los puedo dar por reproducidos, pues lo que importa aquí es la súbita quebrada lateral efectuada por el razonamiento de los jueces. Ahora resulta que el criterio a que apelan para determinar que no ha habido arbitrariedad en la sentencia del juez son las actas de la Comisión... ¡o sea, el criterio de la propia Comisión!—cuando dicen que mi expediente no es adecuado a la plaza, que no presento proyecto de investigación, y otras falsedades. En ningún momento se plantean los jueces el confrontar las alegaciones de la comisión con las mías, y someterlas a un criterio objetivo, sino que se someten de entrada al criterio de la Comisión que supuestamente era objeto de investigación en este proceso. Justicia de juez y parte, llamo yo a esto.






Podrá la parte discrepar, como de hecho lo hace, de lo razonado en cuanto a la adecuación al perfil, pero lo cierto es que nos encontramos aquí ante el núcleo propio de la decisión técnica de los Tribunales calificadores, cuya corrección no ha quedado desvirtuada por alguno de los medios de control de la discrecionalidad enumerados en la sentencia de instancia, por lo que procede en consecuencia rechazar este motivo de impugnación.

Es decir, que no cabe alegar arbitrariedad en la actuación de la Comisión, porque los jueces se van a atener al criterio de la comisión en cualquier caso. El juez, recordemos, arguía que "
podrá discutirse si debía o no de concretarse o especificarse más el perfil, pero ello es una decisión discrecional del Tribunal". Cosa palmariamente falsa: el tribunal de oposición lo que tiene que hacer es valorar el currículum del candidato con respecto al perfil que les viene predefinido, nunca concretar o especificar más ese perfil, así sobre la marcha y según su inspiración.

El perfil es algo a lo que la comisión debe de atenerse. No puede, en una oposición con perfil de "Matemáticas", decir que el currículum de un candidato que ha trabajado en "Geometría" no es adecuado porque no es de "Aritmética". Esto es manipular el perfil, y la oposición, y pervertir el criterio experto. Del mismo modo, no se puede valorar en esta oposición, como de hecho se hizo, un perfil de Lingüística como si fuese un perfil de Gramática o de Didáctica del inglés—que es la idea de Lingüística con la que al parecer trabajaba el tribunal, sin ninguna apoyatura ni administrativa ni teórica para ello. Con esa idea en mente, claro, los trabajos que se les presenten de análisis del discurso, estilística, etc., "no son adecuados al perfil": pero no lo son al perfil que se han sacado de la manga: sí lo son al que marca la convocatoria. Pero al juez le parece cojonudo. Me pregunto qué hubiera pensado si le hubieran aplicado la misma en su oposición.

Ahora este despropósito viene a ser avalado por el TSJA. Si le han dado el cambiazo al perfil por el camino de facto, declarando que mi perfil académico no es adecuado para optar a una plaza de lingüística inglesa, pues ahí no van a entrar los jueces ni ven indicios de manipulación. Pues para ver si el primer Juez ha juzgado bien la actuación de la Comisión, van a sentar su criterio.... ¡sobre las actas de la Comisión! Como si de documentación objetiva para resolver el caso se tratara, y no de la materia objeto de recurso y juicio. Es un proceder, por ponerlo suavemente, inaudito.

Con lo cual viene a ser como cerrar el lazo de la contradicción, deshacer lo antes dicho sobre la "interdicción de la arbitrariedad" y confesar que en efecto hay aquí una área que escapa al control jurisdiccional, vulnerando así la Constitución de modo palmario. Porque con este planteamiento, sólo si la Comisión declarase en sus actas que su actuación ha sido arbitraria podría intervenir el Juez, visto que no va a aplicar otro criterio que no sea el de la Comisión—o sea, el de una de las partes en el contencioso. Este razonamiento es kafkiano y no merece mayor comentario, sino sólo desprecio. Su lugar propio estaría en alguna ciencia-ficción grotesca, en alguna cultura marciana de Star Wars—en la Alianza del Comercio, pongamos, o en la corte de Jabba el Hutt; es justicia-ficción.
Por desgracia lo tenemos que aguantar en el Tribunal Superior de Justicia de Aragón.


Si el punto 1 de la sentencia era un cachondeo, el segundo es una tomadura de pelo; al recurrente, y a la Justicia—esa entelequia que parece rehuir la compañía de los jueces.

Friki friki




Friki tenemos a Álvaro. Ayer lo pillé tocando la ocarina con un iPhone—se ha bajado una aplicación que soplando por el micrófono te lo transforma en ocarina. Para luego se le ocurre tocar una de verdad.

Y ahora he encontrado en mi escritorio este mensaje, supongo que típico suyo, enviado a un foro de discusión de es'Dni, cosa ya bastante friki de por sí. Va sobre si conviene volver a Mac después de haberse pasado a Windows:

Je, je :) Gracias, Agraffal. Pues si; yo creo que sí que se puede volver, sobre todo ahora que, como bien dice Rigel, se les puede instalar windows usando Bootcamp, una aplicación que te particiona el disco y te instala Windows (bueno, se necesita un disco de instalación, pero nada que no se pueda arreglar...) Yo tardé un porrón de horas porque soy bastante torpe, y... bueno, es bastante largo de contar, pero lo conseguí y tengo un Macwindows que funciona a las mil maravillas...Bueno, vamos, que puedes tener todas las aplicaciones, programas y diseño feo de un windows en la preciosa carrocería de un Mac.

Además ha hecho otra cosa: se ha pegado un adhesivo, una manzanita mordida de mac, en la tapa de su portátil windows, que también lo tiene. Como quien quisiera dar el pegolete.


martes, 28 de julio de 2009

Cosas que mueren, cosas recién nacidas


Capítulo 13 del libro de James Shapiro 1599: A Year in the Life of William Shakespeare (Londres: Faber and Faber, 2005)

(Capítulo 12: El bosque de Arden)

13. Things Dying, Things Newborn. Muere la Caballería representada por Essex. Nace el capitalismo.

"Thou met'st with things dying, I with things newborn" (The Winter's Tale).

El conde de Essex había desembarcado en Irlanda el 14 de abril de 1599, en una campaña rodeada de murmuraciones, y sintiendo él mismo oscuras premoniciones del fracaso de su empresa, quizá debido a sus tensas relaciones con la reina. Se encontró allí con mala intendencia que hacía imposible un ataque directo contra el rebelde Tyrone, y el Consejo Privado del reino le negó refuerzos. Además, las fuerzas rebeldes resultaron ser mucho más numerosas de lo previsto: les duplicaban en número. Lejos de poder atacar a Tyrone en Ulster, sólo podía aspirar a contener la rebelión en el sur y el oeste. Shapiro observa que la única posibilidad de victoria hubiera sido seguir la estrategia sugerida por Spenser: sembrar el terror, arrasar las cosechas, y doblegar Irlanda con el hambre y la brutalidad salvaje. Pero tal estrategia repugnaba a Essex, que aspiraba a un enfrentamiento honorable en el campo de batalla.

Intentó Essex promover a amigos y parientes suyos para los puestos de responsabilidad en Irlanda, pero la reina repuso desautorizándolo.

"Detrás de estas maniobras, detrás de toda la campaña irlandesa, había un enfrentamiento sobre la cuestión de la cultura del honor" (285)

(Y en realidad de las relaciones entre aristocracia y monarquía absoluta:)—los aristócratas, los caballeros tradicionales, habían visto sus filas reducidas bajo los Tudor, y Elizabeth continuó con esta política, sometiendo y estrangulando la independencia de la nobleza. Essex era el representante de esta tradición aristocrática, y su portavoz más explícito. Había conseguido el puesto muy codiciado por él de mariscal de la corte (Earl Marshal), encargado del ceremonial de caballería de la corte. Y lejos de interpretar su puesto como una mera cuestión ceremonial, intentó resucitar el papel de la caballería de modo activo, irritando a la reina. Se negó a firmar como su "sirviente" e insistió en que era su "vasallo", ligado por tradiciones de ceremonial y jerarquía feudal, no por servidumbre. Cuando fue comandante, en Rouen y en el ataque a Cádiz, se dedicó a armar caballeros a numerosos partidarios suyos, en grandes números, algo fuera de lo corriente. Y en Dublín organizó un festival caballeresco fastuoso, en contraste con la ceremonia cortesana donde Isabel premió a cortesanos "poco caballerosos", en su continuada subversión de la tradición de la caballería. También respondió privando a Essex de un jugoso monopolio que codiciaba y dándoselo a su rival el burócrata Cecil.

Shakespeare en esto parece estar del lado de Essex: en sus obras se ve el contraste entre caballeros guerreros tradicionales, y los advenedizos cortesanos y cobardes: por ejemplo cuando a Sir John Fastolfe le arrancan la insignia de la jarretera en Enrique VI 1. Su propio interés en procurarse un blasón muestra cómo participaba de estas ambiciones aristocráticas, y quizá también le remordiese el contraste entre la pura formalidad administrativa y el contenido caballeresco y marcial.

En Irlanda, los rebeldes nativos luchaban una guerra de guerrillas, evitando el enfrentamiento directo y dejando agotarse a los ingleses con su estrategia tradicional. Las batidas inglesas tenían algún éxito ocasional, otras veces terminaban en emboscadas y expediciones sin sentido ni rumbo. El país los ignoraba en la medida de lo posible, Essex entretenía a sus hombres con la esperanza de honores y victorias, nombrando más caballeros aún. Le llegaron noticias de la muerte de su hija en Inglaterra. Contra sus tropas derrotadas en Wicklow aplicó Essex una medida de antigua tradición pero repugnante: la ejecución de uno de cada diez supervivientes. Las deserciones se sucedían, y aumentaban la mala prensa del conde en Inglaterra con testimonios de primera mano. La moral bajaba, las enfermedades y bajas proliferaban, la intendencia era corrupta, el equipamiento inadecuado. Isabel le envió a Essex órdenes de atacar directamente a Tyrone y le prohibió volver a pisar Inglaterra sin su permiso. La paranoia del conde se alimentaba sola, pero también tenía motivos por la actividad de su partido contrario en la corte. Essex preparaba expediciones con sus malas fuerzas, pero al parecer también le tentaba la idea de desembarcar en Milford Haven y defender su causa en Inglaterra (una idea que Shapiro dice pudo haber sacado de Ricardo III, donde desembarca allí la exitosa fuerza contra el tirano). Los espías de Cecil ciertamente barruntaban estos planes del conde. En un consejo militar, Blount y Southampton (el antiguo patrono de Shakespeare) le convencieron a Essex de que más bien fuese con un grupo de hombres a hablar con la reina. Pero la reina estaba cada vez más irritada con Essex, su independencia de criterio, su teatralidad y su autocompasión.

Y Essex acabó por salir contra las fuerzas superiores de Tyrone, pero éste eligió esquivarlo y marearlo y frustrarlo. Fue retado por Essex a combate singular, pero lo ignoró. Ofreció una sumisión ceremonial de forma y sin sustancia real, y parlamentó con Essex a principios de septiembre. Pero esto iba en contra de las instrucciones de éste, que se hizo sospechoso de buscar algún interés propio o algún plan de traición. La reina reiteró sus órdenes, pero Essex ya se había embarcado a finales de septiembre y fue a Inglaterra para ser recibido por la reina. A la vez, en su bando se debatían planes de matar a Cecil y sus partidarios antes de hablar con la reina, aunque Essex no lo consintió. Essex irrumpió en las habitaciones de la reina, sin adecentarse antes, y pillándola a ella sin arreglar, para obligarla a escucharle. Elizabeth no sabía si estaba ante una rebelión o no, pero siguió la corriente a Essex cuando éste hizo ademanes de sumisión feudal. Prometió recibirlo enseguida: mientras, se informó de que venía sin su ejército, y lo despidió ordenándole que esperase sus instrucciones. Essex estuvo esperando hasta que su impaciencia lo llevó a montar un intento de rebelión, que lo llevó al cadalso. Con él moría una parte de la caballería tradicional.

A la vez, estaba naciendo el imperialismo capitalista y comercial, que abre una nueva era de la historia de Inglaterra. También estos días de finales de septiembre, un consorcio de comerciantes londinenses elevaron una petición a la Reina y fundaron la East India Company, para comerciar con la India. Se empezaban a poner las bases del todavía inexistente "Imperio Británico" del cual llevaba hablando el mago John Dee veinte años. Imitaban a los mercaderes holandeses, que acababan de obtener beneficios de un 400% en sus inversiones en la ruta oriental del comercio. Los mercaderes ingleses de la Compañía de Levante tenían una ruta de distribución por tierra, a través de Turquía, pero eran quienes más tenían que perder, así que se apresuraron a abrir la nueva ruta. No eran aristócratas, pero buscaban el apoyo de la corte y de sus nuevos hombres. Y lo tendrían en Cecil, más que en la tacaña reina. Cecil fue el dedicatario de los viajes de Hakluyt, una útil propaganda de estas aventuras de navegación, cuyo segundo tomo, sobre viajes a la India y más allá, se estaba terminando este otoño. En la reedición de 1599 suprimió la narración de la campaña de Cádiz de Essex del primer tomo, y toda alusión al conde. Las fortunas de éste caían estrepitosamente a la vez que nacía el nuevo imperio, comercial y no caballeresco. Los nuevos aventureros eran los mercaderes—Shakespeare usa la palabra en ambos sentidos (y recordemos también la dedicatoria de los Sonetos, de Thomas Thorpe, que alude a una empresa comercial y aventurera).

Shakespeare no tenía fondos suficientes, si tenía interés, para invertir en estas empresas. Aunque queda la anécdota de la representación de Hamlet en uno de los tempranos viajes a oriente, a bordo del navío Dragon, en 1607, cerca de África.

Del escepticismo de Shakespeare hacia los ideales heroicos queda sus desencantadas aventuras homéricas en la cáustica obra Troilus and Cressida. En Hamlet también se nota la huella del desencanto, en el contraste entre el mundo caballeresco del viejo Hamlet y las intrigas cortesanas y dudas metafísicas del presente. La armadura del viejo rey es un anacronismo, como lo eran los torneos de Essex en la Inglaterra isabelina. También en la representación que hace Shakespeare de los duelos, sus tecnicismos y decadencia, está el signo de los tiempos y la decadencia de la auténtica caballería—la transformación de la tradición marcial en deporte.

La expedición de Essex en Irlanda se frustró. El poema de Thomas Churchyard para darle la bienvenida al conde en su regreso quedó sin publicar; la comparación de Essex con Enrique V en la obra de Shakespeare se suprimiría de la publicación. A Essex unos le intentaban convencer de que forzase a la reina a reconocerle; otros le sugerían que escapase al extranjero: Essex mismo prefería el combate a la huída, y muchos de sus partidarios le abandonaban viéndole en desgracia y temiendo verse implicados en algún intento desesperado. Algunos dicen (Fulke Greville) que eran los enemigos de Essex los que hacían circular rumores de sus intenciones, para terminar de hacerle caer. Mountjoy fue nombrado Lord Deputy en Irlanda para suceder a Essex, y también allí había intrigas: estaba dispuesto a hacer una demostración de fuerza junto con Essex y el rey escocés para asegurar una sucesión escocesa a la corona. Pero de estos planes, en los que estaba involucrado también Southampton, se descolgó Mountjoy, y no quiso involucrase en ellos el futuro Jacobo I. Estos planes eran secretos, pero los tiempos estaban listos para ellos; estaban en el aire—y así encontramos conspiraciones semejantes en Hamlet (1600) que muestra pues la marca de su tiempo, como según dice el príncipe debe hacer el teatro.


lunes, 27 de julio de 2009

Adam's Tongue 6: Nuestros ancestros en sus nichos

Reseña del libro de Derek Bickerton sobre el origen del lenguaje, Adam's Tongue (2009)



De nuestros parientes los simios nos separa la serie de nichos ecológicos que fueron desarrollando nuestros ancestros, distintos de los de ellos: un nicho de alimentación omnívora terrestre, un nicho como carroñeros de última fila, un nicho como carroñeros de primera, un nicho como cazadores-recolectores, un nicho pastoril, un nicho agrícola. Y podríamos añadir un nicho urbano-industrial. Hasta ahora se ha solido ignorar esta construcción activa de nichos como factor evolutivo, enfatizando en su lugar la mera adaptación AL ambiente, como consecuencia de cambios genéticos que alteraban las capacidades intelectuales y comportamiento de los humano(ide)s: como si los ancestros no hubiesen jugado un papel activo en estas transformaciones, cambiando de costumbres antes de ningún cambio genético.

Bickerton critica las explicaciones genéticas sobre el origen del lenguaje (tan en boga hoy entre los lingüistas de la escuela de Chomsky). No se encontrará ningún "gen del lenguaje", ni el FOXP2 ni ningún otro. Los genes hoy se ven como algo más flexible, capaz de cambiar su expresión para producir múltiples resultados. El origen del lenguaje no tiene por qué deberse a ningún cambio genético.

Es simplista creer que nuestro último antepasado común era "algo así como un chimpancé", dice Bickerton—como si los chimpancés no hubiesen cambiado, y sólo lo hubiésemos hecho nosotros. Pero los bonobos y los chimpancés tienen culturas, alimentación, y relaciones sociales muy distintas entre sí. Los conservadores nos ven como chimpancés, los progres como bonobos. Pero esto es ridículo. El ancestro común era seguramente diferente de todos los simios actuales. Y ninguno tiene ni rastro de lenguaje. En respuesta a cambios climáticos surgió el linaje de los australopitecos; los tipos "robustos" no están en nuestra línea evolutiva. Los tipos gráciles no eran tan diferentes de los demás simios—si bien eran diferentes. No hacían herramientas de piedra, con posible excepción del último, el Australopithecus garhi, y su sistema de comunicación no sería muy distinto del de los simios "a no ser porque es muy probable que añadiesen llamadas de aviso sobre depredadores" (113), en respuesta al nuevo entorno de la sabana.

Como se explica en Man the Hunted, los australopitecos eran más presa que cazadores. Se volvieron más omnívoros que los simios, pero no es probable que desarrollasen una vida social tan complicada como los actuales simios. Estos no tienen depredadores que evitar en su ambiente, y han desarrollado complejas estrategias maquiavélicas para competir unos con otros. A veces se aduce este maquiavelismo como una de las fuentes del lenguaje, con el desarrollo de niveles más complejos de lectura de la mente del otro, pero es más probable que las estrategias maquiavélicas hubieran interferido con las capacidades de supervivencia de nuestros ancestros. De hecho lo que se potenció entre los ancestros humanos fue la cooperación, no la competencia con otros miembros del grupo.



"El único sentido en el que la vida social de los australopitecinos habría sido más rica que la vida social de los simios es precisamente en la atenuación de la competencia interna al grupo (y, en última instancia, en el nacimiento de la cooperación) que sigue inevitablemente cuando tienes que competir con miembros de otras especies, más que con miembros de tu propia especie". (115)


La potencialidad genética para desarrollar una vida social compleja existía, pero a veces la gente olvida que los genes no dictan el comportamiento, excepto en criaturas muy simples. Simplemente lo posibilitan. Son las circunstancias las que deteminan si esas posibilidades se realizan, y cuándo. El entorno se asegura de que quienes obedecen a sus genes, y no al entorno, sean eliminados.

Los gritos de alarma serían en los australopitecos un sistema de comunicación más parecido al de los monos que los tienen, diferenciados, que al de los simios. Y aunque estas llamadas de alarma no son "palabras", sí podrían haber supuesto un primer paso hacia el lenguaje, preparando a nuestros ancestros para las palabras, "acostumbrando a sus usuarios a la noción de que una señal pueda expresar algo más que meros sentimientos, necesidades y deseos" (117). Al menos dirigen la atención hacia un elemento objetivo del mundo externo (aunque no pueda decirse que lo signifiquen), y son gritos arbitrarios. Tienen así dos de las propiedades de las palabras.

El cambio climático, con las sabanas cada vez más secas, planteó presiones evolutivas y cambios de comportamiento a nuestros ancestros omnívoros. Hubo mayor tendencia a la dieta carnívora, menos con caza de acecho que con persecuciones de aguante. Allí da una ventaja la locomoción bípeda. Pero no se hace en grupos grandes, y se requiere también un desarrollo de armas defensivas, pues se es cazador y presa a la vez. Otra fuente de alimentos era la carroña. Pero los grandes felinos, hienas, etc., son carroñeros también, y siguen un orden de prioridad en su acceso a la carroña. Los humanos empezaron por la base de la pirámide: aprovechando la médula de los huesos. Esto también añadió presión para el uso de herramientas de piedra para partir los huesos. Este cambio de dieta, a su vez, propulsó el desarrollo cerebral, que requiere mucho consumo energético. Pero de por sí no hace surgir el lenguaje.

"Un cerebro más grande por supuesto habría venido bien una vez arrancase el lenguaje, y el propio lenguaje llevaría a seleccionar cerebros más grandes" (121)—pero hace falta explicar cómo se dio este desarrollo. Y "para el lenguaje, lo que se necesitaba no eran sesos, ni siquiera inteligencia. Sólo el nicho adecuado" (121).

Bickerton asocia este desarrollo a un cambio de dieta, y de status en la pirámide carroñera. De ser carroñeros de última fila, y comer médula, pasaron los homínidos a consumir la carne de grandes animales muertos, y a acceder a ella en primer lugar. Esto queda probado por el estudio de la posición relativa de las incisiones de dientes y de instrumentos de piedra en los huesos fósiles de grandes animales. En los más antiguos, las huellas de dientes vienen primero, y las de hachas después. En los más recientes, más recientes de dos millones de años, pasa poco a poco a ser al revés: primero llegan al hueso las hachas, y luego las huellas de dientes. Los grandes carnívoros no pueden acceder inmediatamente a los cuerpos de paquidermos, pues sus dientes no pueden desgarrar esa piel y han de esperar a que reviente. Pero las hachas de piedra sí pueden cortarla. Cita Bickerton estadísticas que calculan la accesibilidad relativa de grandes cadáveres en la sabana. Una organización de los grupos en torno al seguimiento de manadas, con vistas a una fuente de proteínas sistemática, y no ocasional, hubiera supuesto un cambio importante en la dieta y en el comportamiento. Son aspectos de la construcción de un nuevo nicho ecológico, como carroñeros de primera categoría. Una indicación adicional la proporciona la teoría de la búsqueda óptima de alimentos de Robert MacArthur y Eric Pianka, según la cual cualquier especie seleccionará, de entre los alimentos disponibles, los que proporcionen mayor cantidad de calorías en relación a la energía gastada en obtenerlos.

El inconveniente para pasar a carroñeros de primera era la presencia de los otros carroñeros alrededor de los cuerpos de paquidermos. La única ventaja posible de los homínidos, arguye Bickerton, estaba en los grandes números y en la cooperación, pero los grandes números se contradicen con la dispersión de la sabana y con los pequeños grupos en que trabajarían los cazadores-batidores. Ahí es donde entra en acción el factor lenguaje.

domingo, 26 de julio de 2009

El buenismo aburre

El buenismo aburre, y las llamadas a la virtud, y los sermones idealistas, y las quejas contra el egoísmo del personal. Ya le aburrían al "idealista" Hegel hace doscientos años—y eso que Hegel aburre a las ovejas.


Así pues, la manera en que funciona la gente [el egoísmo] triunfa sobre lo que, en oposición a ella, constituye la virtud—triunfa sobre lo que es una abstracción inesencial de la esencia. Sin embargo, no triunfa sobre algo real, sino sobre la creación de distinciones que no son tales distinciones; [el supuesto virtuoso] se gloría en este discurso pomposo sobre hacer lo que es lo mejor para la humanidad, sobre la opresión de la humanidad, sobre hacer sacrificios en aras del bien, y sobre el mal uso que se da a las capacidades. Las entidades y propósitos ideales de este tipo son palabras vacías, ineficaces, que elevan el corazón pero dejan a la razón insatisfecha, que edifican, pero sin levantar edificio; declamaciones que específicamente no declaran sino esto: que el individuo que alega actuar por tan nobles fines, y que emplea tan magníficas frases es, a sus propios ojos, una criatura excelente: un inflarse a sí mismo con un sentimiento de su propia importancia, a sus propios ojos y a los ojos de otros, cuando de hecho no está hinchado sino de su propio engreimiento.
La virtud en el mundo antiguo tenía su significado cierto y definido, puesto que tenía en la sustancia espiritual de la nación un fundamento lleno de sentido, y para su propósito un bien real que ya existía. Consiguientemente, además, no iba dirigida contra el mundo real como quien se enfrenta a algo generalmente pervertido, ni contra la manera en que funciona la gente. Pero la virtud que ahora estamos examinando tiene su ser fuera de la sustancia espiritual; es una virtud irreal, una virtud sólo de nombre y en la imaginación, que carece de aquel contenido sustancial. La vaciedad de esta retórica que denuncia la manera en que funciona la gente quedaría revelada de inmediato si hubiese que especificar el significado de sus magníficas frases. Estas, por tanto, se suponen que se refieren a algo cuyo sentido ya es conocido. Si se pidiese una aclaración de ese sentido, la petición se respondería con una nueva catarata de frases, o con una invocación al corazón, que en el fuero interno nos dice lo que significan—lo cual viene a ser como admitir que de hecho se es incapaz de decir cuál es el sentido. La fatuidad de esta retórica parece, además, haberse convertido en algo presupuesto por la cultura de nuestros tiempos, ya que todo interés en esta masa retórica, y en la manera en que se usa para potenciar el propio ego, se ha volatilizado—una pérdida de interés que se expresa en el hecho de que produce sólo un sentimiento de aburrimiento. (Fenomenología del Espíritu § 390).


sábado, 25 de julio de 2009

Vérone

Eh! vous qui venez chez nous ce soir
Par erreur ou par hasard...



Esta es la primera canción del musical Roméo&Juliette. Y la primera que grabo con mi nuevo iMovie en el portátil, que por cierto tiene una "calidad" de sonido que no me gusta. Pero oigan, estamos con los medios de a bordo, como siempre. Tampoco canta uno como Juan Bau.

Yira, yira

—oOo—

viernes, 24 de julio de 2009

Victorian Dark Matter

Materia Oscura Victoriana

 En First Principles, Herbert Spencer desarrolla una pasmosa filosofía evolucionista, sugestiva para comprender las raíces de muchas de las cuestiones hoy relevantes en lo que se viene denominando "tercera cultura" o integración de las ciencias humanas y las ciencias duras. Comenzando, por ejemplo, por la misma noción de consiliencia o unificación del conocimiento. Para Spencer, la filosofía es, o habría de ser, tal empresa de unificación de los conocimientos, y a sentar sus bases dedica estos principios básicos.

Así pues, comienza deslindando el terreno propio de la religión del de la ciencia. La religión, una religión evolucionariamente entendida, se atiene al ámbito de lo Incognoscible. Es un error por parte de la religión pretender darnos un "conocimiento" (revelado, etc.) de lo que es Incognoscible. La ciencia tiene para sí el terreno de todo lo cognoscible, incluidos los orígenes de nuestras concepciones de los dioses. Pero siempre hay un más allá de lo que la ciencia puede llegar a saber—hoy hablamos de las singularidades y del Big Bang; Spencer también ve que los conceptos básicos de la ciencia no se apoyan en nada, no pueden explicarse, hay que tomarlos como datos irreducibles, y (como diría Aute) "el misterio se oculta detrás", a donde ni llegamos ni podrá llegar jamás el ámbito de nuestro conocimiento, pues nuestro conocimiento se limita, está claro, a lo cognoscible.

Dentro de lo cognoscible, Spencer relaciona todos los aspectos de la realidad con unos pocos "principios básicos", como son la conservación de la fuerza, la ley del mínimo esfuerzo, la tendencia de las fuerzas a equilibrarse entre sí, la creación de sistemas a la vez unificados y complejos... y en última instancia, la tendencia de todo el universo hacia la disolución. Tenemos un ámbito en el que nos movemos, la complejidad—somos parte de esa complejidad intermedia entre el origen caótico y el fin diríamos entrópico del universo, y desde nuestro rincón podemos captar, como hace Spencer, mediante la pura observación de los fenómenos y deducción racional, cómo son las cosas, cómo se originan, cómo se desarrollan y cómo mueren.


Esta ley se aplica a pequeña y a gran escala, y así, para cada uno de los principios que enuncia, Spencer muestra cómo se ejemplifica a nivel astronómico, con el origen de los astros y la formación de sistemas; a nivel geológico, con la evolución de la dinámica terrestre y la formación de climas y paisajes; a nivel biológico, con la aparición de la vida y la evolución de formas complejas; a nivel social, en la economía y organización de las estructuras sociales; y por último a nivel psicológico, en el comportamiento de cada individuo. De la raíz común de todos estos fenómenos en los primeros principios—en la ley de la evolución, en la ley de la conservación de la fuerza, en el progreso de la complejidad y la heterogeneidad—surge la consiliencia o unificación del conocimiento en estos ámbitos (si bien Spencer no emplea el término 'consiliencia', que propuso Whewhell y rescató E. O. Wilson en Consilience).

Traza Spencer, hilando estos diversos capítulos o niveles de aproximación a los fenómenos naturales, un gran panorama evolucionista, que comprende desde la formación del universo conocido hasta su previsible disolución. La observación racional no puede concluir otra cosa, atendiendo a cómo sabemos que son las cosas y los procesos, y cómo funciona la energía y su redistribución. El universo que vemos se ha originado, y se va a disolver. ("Dissolution", tras "Evolution", es el capítulo final de First Principles, antes de su magnífica conclusión). Hasta allí llega nuestro conocimiento. Y sin embargo se aventura Spencer a especular más allá, sobre el destino e historia global del universo, aunque matiza que "de una indagación tan especulativa, no se puede esperar sino una respuesta especulativa" (474).

Hay que tener en cuenta que Spencer está escribiendo en una época anterior a la formulación de la actual teoría del universo (las galaxias, el Big Bang, la expansión del universo, etc.) en el siglo XX—la primera edición de First Principles es de 1862; cito la de 1900. Por tanto los confines últimos del universo y de su historia, pasada y futura, los formula en términos bastante diferentes a los que se pueden encontrar, por ejemplo, en la Historia del Tiempo de Hawking.

Y sin embargo hay un aire de familia entre la perspectiva general de Spencer y los actuales dilemas sobre el Big Bang, el Big Crunch, y muerte fría del universo. Este aire de familia lo vemos cuando se pregunta si es posible deducir algo sobre la forma última y global de la evolución en el conjunto del universo—más allá del universo que conocemos y observamos y que, eso sí lo sabemos, tiene un origen, y se encamina a una disolución.

Spencer parece no querer afirmar que el destino del universo es la Muerte Universal, que es hacia donde parecían encaminarle sus reflexiones. Primero matiza que más allá de la formación y disolución de nuestro sistema estelar, parece haber otros sistemas en otras fases de evolución, y que podrían volverse escenarios de la complejidad y de la vida en algún periodo futuro. Y con respecto al conjunto del universo, merece citarse su conclusión, in which nothing is concluded. Spencer dice que no se pronuncia—que no podemos pronunciarnos—sobre si el universo globalmente es un fenómeno único, un gigantesco proceso que va del origen hacia la disolución, o si es un proceso cíclico, una alternancia de generaciones y disoluciones. Me ha llamado la atención cómo su discusión sobre este punto anticipa, de una manera casi uncanny, las discusiones de un siglo más tarde sobre la materia oscura, la equilibración del universo, los agujeros negros y los horizontes de eventos más allá de los cuales nada podemos saber. La tendencia general a la entropía y a la Muerte Universal, por tanto, hay que matizarla con esta alternativa:


"cuando contemplamos nuestro sistema sideral como un todo, algunos de los grandes hechos establecidos por la ciencia implican renovaciones potenciales de la vida, ahora en una región, luego en otra; seguidos, posiblemente, en un periodo inimaginablemente remoto, por una renovación más general. Esta conclusión queda sugerida cuando tomamos en consideración un factor que hasta ahora no se ha mencionado.
Puesto que hasta ahora hemos considerado únicamente la equilibración que está teniendo lugar en el seno de nuestro Sistema Solar y en sistemas similares: sin atender a la equilibración inconmensurablemente mayor que ha de tener lugar todavía: terminando esos movimientos a través del espacio que poseen estos sistemas. Que las estrellas antes consideradas fijas, están todas en movimiento, se ha vuelto ya una verdad familiar, y que se mueven con velocidades que se encuentran entre digamos 10 millas por segundo hasta unas 70 millas por segundo (siendo esta última la velocidad de una 'estrella escapada' que se supone esté atravesando nuestro Sistema Sideral) es una verdad deducida a partir de observaciones por los astrónomos de hoy. Ha de unirse a esto el hecho de que hay estrellas agonizantes y probablemente estrellas muertas. Más allá de la evidencia que proporcionan los diversos tipos de luz que emiten, de entre los cuales el rojo indica una edad relativamente avanzada, está la evidencia de que en algunos casos las estrellas brillantes tienen acompañantes que son oscuros o casi oscuros: el caso más evidente es el de Sirio, alrededor de la cual gira un cuerpo de cerca de un tercio de su tamaño pero de sólo 1/39.000 de su luminosidad—una estrella, cercana al tamaño de nuestro Sol, que se ha apagado. Parece deducirse que más allá de las masas luminosas que constituyen el Sistema Sideral visible, hay masas no luminosas, quizá menores en número o quizá más numerosas, que juntamente con las luminosas están impelidas por una gravedad mutua. ¿Cómo pues habrán de equilibrarse los movimientos de estas gigantescas masas, luminosas y no luminosas, y que se mueven a grandes velocidades?" (FP 474-475, traducción mía)

Escribiendo antes del desarrollo de la teoría del colapso de las estrellas, Spencer sigue a Helmholtz y supone que las estrellas acabarán disueltas en gas interestelar y materia nebulosa. Y que este medio ofrecerá tal resistencia que es concebible que a la difusión máxima de la materia interestelar seguirá un movimiento de concentración (una especie de versión decimonónica del "Big Crunch"), con una nueva agregación de masas y un nuevo comienzo de procesos evolutivos. Como sabemos, hoy hay que poner todavía en entre los máximos interrogantes todas estas cuestiones, pero es admirable la manera en que Spencer logra plantear una aproximación increíblemente atinada de las cuestiones relevantes, dentro de los parámetros observacionales disponibles para la ciencia de su época. El evolucionismo cósmico, que durante el siglo XX pasó casi de puntillas por el panorama intelectual, vuelve a ser hoy en día una cuestión de la máxima relevancia científica.

 De lo que le cabe más duda a Spencer es de si este proceso de evolución comprende la totalidad del Universo, o si Universo es sólo "una ambiciosa palabra", como decía Borges, y en realidad no existe un proceso unificado que pueda englobar todo lo existente. Se inclina a creer que sí, y que "si debemos contemplar el universo visible como un agregado, sujeto a procesos de evolución y disolución de la misma naturaleza esencial que los que son discernibles en agregados menores, no podemos evitar preguntarnos cuál es su futuro probable" (FP 479). Aquí parece dudar el autor, y su razonamiento vuelve a replantearse el mismo problema, a escalas cada vez mayores donde la vista se pierde. Pero, en última instancia, acaba por recurrir al principio básico donde asienta su razonamiento, el principio de la conservación del movimiento (esto era, claro, antes de Einstein y antes de la energía oscura):


"Reducido a su forma abstracta, el argumento es que la cantidad de movimiento implicado por la dispersión debe ser tan grande como la cantidad de movimiento implicado por la agregación, o más bien debe ser el mismo movimiento, adoptando ahora la forma molar, ahora la molecular; y si nos autorizamos a concebir esto como un resultado último surge la concepción no sólo de evoluciones y disoluciones locales por todo lo largo y ancho de nuestro Sistema Sideral, sino también la de evoluciones y disoluciones generales, alternándose indefinidamente.
Pero no podemos extraer semejante conclusión sin suponer tácitamente algo que se encuentra más allá de los límites del conocimiento posible: a saber, que la energía contenida en nuestro Sistema Sideral permanece inalterada." (FP 481).

Era la época del éter: y no sabemos, dice Spencer, si el universo pierde energía más allá de sus límites, o si el éter no tiene fin y la energía de nuestro sistema se conserva sin irradiar hacia un "afuera", un límite más allá del universo donde funcionan las leyes que conocemos. Y nunca podremos, dice Spencer, saber si el caso es uno u otro. Vemos aparecer la noción de un horizonte de acontecimientos o de límites observacionales infranqueables. Lo que sabemos es que si la razón nos muestra que nuestro universo conocido tiende hacia la disolución universal, también hay procesos racionales que podrían hacer concebir una alternancia de evoluciones y disoluciones universales, no uno, sino infinitos procesos universales. Aunque por su misma naturaleza nos lleva esta especulación más allá de los límites del universo conocido y por tanto de la razón. Y allí ya deberíamos empalmar con las especulaciones de Nietzsche, y quizá con los actuales proponentes del multiverso infinito.

La unidad universal que Spencer se inclina, finalmente, a suponer que existe, es, precisamente, lo que visto desde hoy viene a reforzar la teoría del Big Bang, tan unificador él, y generador de un proceso universal de evolución. Pero quién sabe qué misterios se ocultan (para siempre quizá) detrás del Big Bang...

(Para un poquito de luz actual sobre la materia oscura y otras oscuridades inherentes al universo, aquí hay un vídeo sobre nuevas teorías del universo: "How Large Is the Universe?"—Aunque la conclusión sigue siendo que vivimos en una burbuja).

De casualidad hay poco, en lo que estas especulaciones de Spencer anticipan a la ciencia de hoy. Más bien habrá que atribuir esta capacidad de anticipación a un intelecto gigantesco, como lo hace T. W. Hill en su introducción a la edición de 1937 de First Principles. También anticipa First Principles, de manera reveladora, algunos aspectos de las fantasías de Olaf Stapledon en Star Maker, esa curiosa historia de este universo y de otros posibles e imposibles. Lo que no anticipa Spencer de Stapledon es el aspecto creacionista: el universo de Spencer no ha sido diseñado ni tiene sentido la pregunta sobre el diseño de las leyes y el por qué de las cosas y de los primeros principios. La inteligencia la sitúa Spencer únicamente en la cabeza de quien contempla el universo, y en una fase de la historia del mismo, la compleja fase en la que nos encontramos y, en lo que a nosotros respecta, nos encontraremos siempre. Los oscuros procesos que sigan después tendrán lugar en las tinieblas más absolutas.



jueves, 23 de julio de 2009

El bosque de Arden

Notas sobre el capítulo 12 del libro de James Shapiro 1599: A Year in the Life of William Shakespeare (Londres: Faber and Faber, 2005)
(Capítulo 11: Simple Truth Suppressed)

12. The Forest of Arden. Viaje a Stratford, y antipastoralismo en As You Like It.

Los viajes entre Londres y Stratford eran uno de los ingredientes habituales de la vida de Shakespeare. Es probable que Shakespeare viajase a Stratford en la segunda mitad de 1599; si no para final de verano, al funeral de su suegra, sí con probabilidad a la boda de su hermana Joan en otoño. Era la única hermana que sobrevivía, tras la muerte de dos niñas pequeñas antes de que él naciese, una primera Joan y Margaret, y la muerte de Anne, a los ocho años, en 1579. Sus hermanos, Gilbert, Richard y Edmund, morirían solteros. Joan (II) fue la única de sus hermanos en casarse, y William fue probablemente el padrino del hijo de Joan, llamado como él. Tenía William buena relación con su hermana, pues la incluye en su testamento y le permitió vivir toda la vida en la casa que había heredado él, con un alquiler nominal.

El viaje a Stratford duraba tres días, y era más aconsejable hacerlo en verano que en invierno. Es posible que utilizase los servicios del transportista Greenaway, que cobraba cinco chelines. Debieron ser compañeros de viaje frecuentes: Greenaway era vecino suyo de Stratford, y tenía una ruta fija entre Londres y Stratford. 


Seguramente sería él quien le llevase a Shakespeare la noticia de la muerte de su hijo, y de los incendios de Stratford de 1594 y 1595, que estuvieron a punto de destruir su casa. 

No se viajaba mucho en la Inglaterra isabelina. Ya no había peregrinaciones, y había reglamentos contra vagabundos, y controles. Había, claro, mercaderes, funcionarios en viaje oficial, emigrantes a Londres, y actores itinerantes como lo había sido más a menudo Shakespeare unos años antes. Debió ver bastante Inglaterra, en una época de malas cosechas, y con el paisaje tradicional cambiando, con los cercados de terrenos comunes y la deforestación. Se iba a caballo o a pie: los coches de caballos no se solían mover muy lejos de las ciudades, y los caminos estaban en pésimo estado. A todo esto hay alusiones en la obra de Shakespeare, y en 1611 firmó una petición al Parlamento, de unas 70 personas, solicitando una mejora de las carreteras. Del soneto 50 se puede colegir quizá que el viaje a Stratford no era cuestión de placer sino una pesada obligación familiar ("Mi pena está delante mío, mi alegría atrás").


Por el camino vería las labores de la cosecha, quizá sus fiestas, y quizá encontraría soldados volviendo de la campaña irlandesa, como la disfrazada Rosalind en As You Like It. Era época de mucho trabajo en el campo. El camino pasaba por Holborn, St Giles in the Field, Tyburn (y su cadalso), Hanwell Common, Northcote, Hillingdon Heath, Uxbridge, hacia Buckinghamshire; con una primera noche quizá en High Wycombe. Luego, por Stokenchurch, Aston Rowant, Tetsworth, Wheatley, a otra noche en Oxford. Allí la tradición dice que pasaba la noche en la Crown Inn. Con el tiempo, se embelleció la tradición y se especuló si Shakespeare tendría un asunto amoroso con la esposa del posadero. El hijo de éste sería el dramaturgo William Davenant, que decía que se daba por contento de que lo considerasen hijo de Shakespeare. (Es curioso que Shapiro parece quitar toda autoridad e interés a esta historia curiosa, hasta el punto de que ni siquiera menciona la amistad entre Shakespeare y los posaderos, ni el hecho de que Davenant fuese ahijado de Shakespeare). La última etapa era la más larga: de Oxford a Wolvercote, Begbroke, Woodstock. Allí la reina Elizabeth había vivido en jaula de oro antes de ser reina: un tema que Shakespeare no se permitió tratar. De Woodstock a Kiddington, Neat Enstone, Chipping Norton, por el monumento megalítico de las Rollright Stones, Shipston-on-Stout, Tredington, Newbold, cruzando la calzada romana de Fosse Way, por Ettington, Alderminster, Atherstone, y por fin Stratford, por el puente de Clopton (él le había vendido al ayuntamiento la piedra para repararlo hace poco). Vería un Stratford muy cambiado con respecto al de su infancia, por los incendios que habían destruido 200 casas. El puritano Thomas Beard dijo en The Theatre of God's Judgement que el incendio era castigo de Dios por no respetar el domingo (recordemos a este respecto los muchos católicos en secreto de Stratford, y en la familia del propio Shakespeare). Pero probablemente se originó por el combustible acumulado para el negocio de la malta. Habría pues mucha reconstrucción en marcha todavía. La población había pasado de 1.500 cuando nació él a 2.500, pero la cuarta parte pobres, no una campiña idílica y pastoril de los poetas de la época. (En este capítulo Shapiro describe las realidades económicas del paisaje inglés, y cómo influyen en transformación que da Shakespeare al pastoralismo).


Dos años antes, Shakespeare había comprado New Place, la segunda mejor casa de la villa, por 120 libras: una mansión del siglo XV, de tres pisos y diez habitaciones, con jardines y establos. También había adquirido recientemente un escudo de armas para su familia, que estaría bien expuesto.



"Invirtiendo tanto dinero en una vivienda enorme lejos de donde trabajaba, Shakespeare podría estar intentando compensar un sentimiento de culpabilidad por vivir tan lejos de su esposa e hijas. Podría haber estado pensando en el futuro, en una jubilación temprana. O quizá era meramente una buena inversión, que pocos en un Stratford en crisis podían permitirse". (268)

Lo que desde luego no hizo Shakespeare, pudiendo hacerlo, es llevarse a su familia a Londres. Decidió vivir separado de ellos, y no conocemos las relaciones que tenía con su esposa. Sobre las buenas relaciones entre padres e hijas de muchas de sus obras, avisa Shapiro que también se podrían interpretar de modo compensatorio—con el escritor proyectando a sus escritos lo que le gustaría haber tenido, no necesariamente lo que tenía. En Stratford no trabajaría mucho en sus obras: llevaba asuntos económicos, tenía amistades a quien ver, familia... aunque sí encontraría un ritmo de vida más relajado que el de Londres. Sería un próspero ciudadano que vuelve a su pueblo para una breve visita: ante todo un hombre de negocios. Allí no actuaría nunca su compañía, seguramente, pues las autoridades puritanas de Stratford se oponían al teatro, no como cuando el padre de Shakespeare era alcalde.

Shakespeare especuló acumulando malta para que subiesen los precios del grano (algo que estaba prohibido, y muchos consideraban práctica aborrecible de ricachones abusones). También era pequeño prestamista. Visto que en sus obras muchas veces se denuncian estas cosas, parece claro que su moral era flexible y oportunista.

En As You Like It, los protagonistas escapan de la corte supuestamente al bosque de "Arden", las Ardenas—pero para Shakespeare estaba lleno de asociaciones del bosque de Arden en Warwickshire, de donde procedía su familia; su madre se apellidaba Arden. El contraste ciudad-campo estaba cargado para él de reminiscencias personales. El bosque iba siendo sido talado, convertido en pastos, cercados... ya desde la Edad Media: un emblema del cambio de los tiempos. Drayton, paisano de Shakespeare, también expresa el contraste y se queja por la deforestación en Poly-Olbion. En As You Like It, encontramos los dos, un bosque más mítico y primitivo, y un campo de terratenientes, trabajadores mal pagados, y crisis. La gradual transformación del campo por la agricultura de propietarios, las enclosures, es un tema visible en la obra de Shakespeare, pues él lo veía en directo. El personaje de Corin difiere de la fuente de Shakespeare, la Rosalind de Lodge: ahora es una víctima de los cambios económicos en el campo y de la crisis en la agricultura tradicional. El empobrecimiento de los campesinos se muestra también en la figura del viejo Adam (que por cierto se dice lo interpretaba el propio Shakespeare). Y quizá revelador de un sentimiento ambivalente ante la situación es un detalle relativo a un personaje muy secundario:



"Mientras algunos se morían de hambre, otros sacaban beneficio. Hay un breve diálogo hacia el final de la obra en el que Touchstone le habla a William, un joven de veintitantos que nació en el bosque, y le pregunta de golpe, "¿Eres rico?" William, a quien para ser un campesino con tierras de Warwickshire le ha ido muy bien, lo admite, si bien a la manera cauta del campesino, "Bueno, señor, pues así así" (V, i, 24-5). No hace falta ver una autoparodia taimada aquí en este William criado en Arden para saber que otro hombre de Warwickshire con el mismo nombre también le iba "así así", gracias en parte a actividades como su reciente especulación con la malta. Shakespeare entendía demasiado bien que se podía sacar beneficio de las penalidades económicas sufridas por otros." (274).

Otros asuntos había que tratar en el viajes a Stratford esta vez. Un asunto de propiedades de su madre, que habían sido hipotecadas, y acabarían perdiéndose a pesar de los intentos de recuperarlas. Y otra cosa con su padre: el blasón familiar, de 1596; no estaban contentos cómo se había hecho, y querían modificarlo en 1599; se redactó una solicitud para añadir las armas de la familia Arden. (Esto ya sería cosa del propio Shakespeare, claro, y no propiamente del escudo de su padre). Pero es curioso que la petición se hace sobre la base del matrimonio de John Shakespeare con una hija de Robert Arden. Esto era pretencioso, pues el padre de Mary Arden nunca había aspirado a gentilhombre ni hay constancia de que se reclamase pariente de los Arden aristócratas. Es una historia ambivalente, pues al final quedó en nada la modificación, pero los borradores del proyecto de blasón muestran incertidumbre sobre a qué rama de la familia Arden atenerse. Quizá en las dudas tuviese que ver también un deseo de distanciarse de los Arden implicados en el atentado contra la reina Isabel, o quizá no interviniese directamente en esto Shakespeare. Sea como sea, muestra una ambición de promoción aristocrática, con una base endeble. El tema de la hipoteca también puede estar asociado al del blasón: eran tierras "de Arden", pero Shakespeare y su padre no consiguieron recuperarlas. Puede que hubiese un arreglo privado, pues el caso no llegó a los tribunales.

Shapiro encuentra mucho en común en las actitudes de Shakespeare hacia el Arden poético de As You Like It y el Arden de su escudo de armas. Hay una mezcla de lo soñador y de lo pragmático, una tensión de realidad y nostalgia:



"Una de las cosas más misteriosas sobre Shakespeare y que pican nuestra curiosidad es su capacidad para mantener tales contradicciones: el mismo escritor cuya obra exponía cómo de embellecidas estaban las narraciones históricas, a menudo se encontraba, cuando se refería a su propio pasado, improvisándolo sobre la marcha" (279)

(Un caso más quizá, éste, de la 'capacidad negativa' que atríbuía Keats a Shakespeare, o de la habilidad de éste para disolverse en diferentes actitudes, y lograr ser él mismo—y sacar beneficio—del arte mismo de proyectarse en puntos de vista múltiples. También Borges escribió sobre esta cualidad, aunque Shapiro nos muestra el lado prosaico "businessman", y no poético, de la misma).



 

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